lunes, 12 de junio de 2017

Bilbao  y lo Sublime según Duras


Se ha descarrilado el tren anterior, la circulación está interrumpida. Un autocar vendrá a recogerlos hasta Bilbao”.
¿Mi inquietud hacia los posibles accidentados he de ponerla de manifiesto? La indiferencia con la que los pasajeros reciben la información me hace pensar en la posible incorrección de la pregunta. Temo interrumpir el deslizarse del tiempo que casi puede oírse circulando por el vagón detenido, “a una hora de Bilbao”. Pero mi voz se escapa y me oigo decir: “¿Ha habido heridos?” El empleado de Renfe abunda en una respuesta tranquilizadora: “Es un tren de mercancías...”. El pasaje continúa indiferente mirando hacia otro lado, y comienza la espera del autocar que promete llevarnos a destino ¿Es, acaso, morboso mi interés por los posibles heridos? ¿Qué es lo que me preocupa, de verdad? ¿Y los otros, por qué no preguntan? ¿Quizá, lo que se estila en estos casos sea no preguntar por la posibilidad de un accidente, por la posibilidad de un acontecimiento que pone en escena la fragilidad de nuestros cuerpos confiados a la contingencia: Red Nacional de Ferrocarriles Españoles. Así, la información que se suministra a los pasajeros no debe aludir a los cuerpos, sólo a lo inerte: los vagones que llevan mercancía han descarrilado. ¿Será, entonces, indiscreta mi curiosidad? y por eso la mirada hacia el vacío de los que me circundan. Como cuando se evita mirar hacia el sexo del exhibicionista. El informante de Renfe se retira, el nuestro es el último vagón. Y yo también miro hacia la ventanilla en busca de algo que llevarme de aquel momento sin propósito. En el andén, tres ancianos locales hablan, quizá comentan lo ocurrido. Uno de ellos podría servir de modelo para una revista de moda masculina, “tendencia abuelo vasco”. Boina, chaleco gris tejido a mano, camisa de algodón a cuadros pequeños de tonos azules y grises, pantalón azul. Repaso la precisión con la que cada pieza de ropa se amolda a su cuerpo delgado, tallaje exacto y planchado profesional. Presupongo una esposa devota, muy limpia y perfeccionista, que a esa hora, lo estará esperando con un suculento bacalao al Pil pil. El gesto del anciano refleja felicidad, una cara surcada de arrugas risueñas, tranquilas.Cuestión, una vez más, de cuerpos, de vestir y desvestir, de maneras de amar, de devociones. Planchar una camisa, tejer un chaleco, cocinar un plato con amor.
Cuestión de cuerpos ( Museo vasco de Bilbao )
                     
Regreso a la lectura, a Marguerite Duras, Dix heures et demi du soir en été. Llevo el libro en mi viaje porque es de bolsillo y no pesa y porque Margarite Duras tiene también esa atmósfera propia que hechiza a la lectora-viajera, como la que sabe crear Patrick Modiano, como la música de Erik Satie. Acabo la lectura e intento explicarme de qué está hecha la atmósfera Duras. Eso que ella llamará “Sublime”, en su tan criticado artículo en Liberation (1985) sobre el asesinato del pequeño Gregory. Sublime madre infanticida que, en aquel artículo, ella crea en una fantasía libre. Pero que tiene, peligrosamente, protagonistas reales. La madre Cristine V. y el niño muerto, Gregory. ¡Ah!, la imaginación creadora cuando se basa en hechos reales, entonces no sólo se trata de estética, lo Sublime, sino también de ética, la presunción de inocencia1. La escena, que va determinar el clímax en la novela que leo, acontece en esas horas que cita el título, diez y media de la noche, en verano. Planea también la historia de un crimen. Un marido celoso que mata a su joven mujer sorprendida con el amante. Hoy un crimen machista, a finales de los años 50 era un crimen pasional. En la necesidad de salvar al asesino en fuga, la protagonista encuentra una historia de vida a la que asirse. Rodrigo Paestra, el homicida. Paestra. Rodrigo Paestra, c'est le nom. Así comienza la novela. Un nombre que María repite una y otra vez, como un mantra. María, turista francesa con nombre español ¿o española viviendo en Francia? Sólo sabemos de ella el placer y la tranquilidad que le proporcionan los vasos de manzanilla ( no la tisana sino el vino generoso) y el coñac que necesita tanto como esa historia ajena a la que se aferra. Hay también una niña pequeña, su hija, a la que mira con distanciada ternura, y un triángulo amoroso del que intenta salir aferrada a la sombra del asesino, que observa bajo la intensa lluvia mientras lo nombra y susurra una canción.

El autocar me conduce, tal como fuera anunciado, a la estación de Abando- Bilbao, con el nombre de Rodrigo Paestra que va resonando en mis oído, mientras desciendo las larguísimas escaleras del metro que me llevará al encuentro con mis amigas. Hechizo de la literatura, que recubre con su fina niebla todos los paisajes que se asocian a ella. ¿Por cuál de las fronteras entraban los turistas franceses? ¿Era, acaso, la frontera vasca?



                       Marguerite Duras en el Petit Saint Benoit por Robert Doisneau - Paris 1955

El encuentro es ante el Guggenheim, y todo calla ante tanta presencia. Desarma los diálogos interiores, las emociones del encuentro, el camino recorrido hasta allí. Siento, probablemente, la extrañeza de quienes veían la obras de Gaudí hacia comienzos del siglo XX, me digo, para explicar mi falta de empatía hacia un edificio que silencia todo lo que se halla a su alrededor. La historia de Bilbao rebotando contra la reverberación del edificio metálico. Quien lo visita debe así creer que es excepcional su contenido, ya que es tan extraordinario el continente. ¿Por qué la Cultura tiene que hacer sentir pequeño a
quienes vamos a su encuentro? Cuestión de dejarse ir, de sentir, interrumpida ante semejante artefacto que llena el espacio Bilbao. Recorro las salas enormes que contienen la obra de los expresionistas abstractos. Algunas, una evidente creación artificial para lanzar productos, cada vez más rentables , al mercado de arte internacional. Un Basquiat, amigo del falsario Andy Warhol; y la presencia de un Yves Klein, oda al machismo colorido, lienzo donde una modelo, desnuda claro, deslizó su cuerpo embadurnado en azul . En el piso superior una exposición que reitera más de lo mismo: París fin de siglo. Los turistas buscan a su manera también lo Sublime, la Duras en la pasión que mata. Los turistas perdiéndose con la boca abierta dentro de la arquitectura espectáculo, es lo que aconsejan las guías, los senderos que marca el Google Map.

Busco apagar mi sed de Bilbao en la fuente de la Calle de perro, en el casco viejo. Me acerco a un bar de toda la vida , que aún no ha pasado por las exigencias del diseño, ni de la servidumbre bio, lo regenta una mujer china. 
Fuente en la calle Del perro
Pido un té, mientras leo un diario. Me detengo en un artículo, atraída por la foto que lo ilustra, vecinos elevando pancartas en euskera: Satorralaia acudió ayer al pleno para protestar por la falta de transparencia en la pasante del metro. Los vecinos denuncian la multiplicación exponencial de los alojamientos para turistas en Donostia, 42% de las viviendas ofertadas. El trazado de la pasante del metro que se cuestiona coincide con la conexión de las viviendas para turistas. “La ciudad es el valor, compiten entre ellas para atraer turistas (...)”. “Acupuntura urbana, el Guggenheim de Bilbao es el ejemplo. Se construye un artefacto y como consecuencia se revaloriza una zona” (Andoni Egía). Como si no me hubiera movido de Barcelona , las protestas vecinales denuncian el espacio ciudad manipulado por el capitalismo financiero, un producto más. Arranco subrepticiamente la noticia del diario local, la doblo y la guardo en mi bolso, recuerdo de Bilbao. 

Voy hacia La Peña, el barrio que un camarero me aconseja conocer. Allí, en La Peña se deja intuir la belleza del antiguo paisaje, la naturaleza aún persiste y aflora en la primavera tórrida de mayo. Siguiendo la ría, me encuentro esta vez frente al mismo gran aparato metálico,el Guggenheim. Pero no cruzo, me detengo a mirar el edificio de cristal y hierro colado incorporado a la nueva arquitectura, es la entrada de la universidad de Deusto . Cuna de toda la la élite política vasca desde su fundación por los jesuitas en 1883, a quienes se le encarga la labor de educar a los hijos de la oligarquía, “para alejarlos de los peligros de la educación pública”. Así glosaba en El País Patxo Unzueta la universidad de Deusto, en el ya lejano diciembre de 1981. Bajo el puente que une ambas orillas, un mural impresionante que transforma un espacio hostil, un muro de hormigón, en un lugar amable que atrae la mirada. Allí, la figura de dos mujeres que juegan a intercambiarse colores, obra de Verónica y Christina Weckmeister: Una llave.


Giltza bat - Una llave, autorasVerónica y Christina Werckmeister,2012.

En el parque de Doña Casilda me espera mi propio Sublime. Está hecha de maternidad, paternidad, criatura. Como en el mural, como en el tren, como en el escrito de Marguerite Duras, como en las protestas vecinales, cuestión de cuerpos en relación. De imaginarlos, de ponerlos en valor o despreciarlos convirtiéndolos en mercancía. Lo Sublime hecho de un instante de vida intensa y tranquila. Sentados, al borde de la columnata del parque bajo la sombra de las glicinas, una madre da de comer a su bebé que se asoma desde un cochecito. Mientras, el padre le regala la música que sale de una armónica infantil : Blowing in the wind, la Oda a la alegría, el Cóndor pasa... suena a música de juguete. Los miro felices en su simplicidad, ella morena, pequeña de cabello muy oscuro como su piel, él extremadamente pálido y delgado, rubio ceniza. Son turistas de ropa gastada y de coche de bebé de segunda mano, quizá vienen desde Alemania. Me siento muy cerca de ellos para compartir ese instante de felicidad que me llega bajo la sombra de las mismas glicinas. Troncos retorcidos hacen guardia, como piernas de bailarinas ejercitadas en el malabarismo del salto hacia la luz, sin tiempo de relojes.
Mas allá, el monumento rematado por el busto de una señora fin de siglo, gesto austero, cuello ceñido por el la tela de un vestido de piedra que monta en forma de hoja. Musas vaporosas flanquean la ilustre señora. Mil novecientos cuatro es la fecha que leo, y el nombre de Doña Casilda Margarita de Iturrizar y Urquijo. Tan excepcional, una señora en lo alto de un pedestal. Pero, el patriarca planea en ausencia, la viuda de Epalza, completa su nombre, fundador del Banco de Bilbao. Ella, su heredera, benefactora informa la Wilkepedia, fundadora de escuela pública, hospital y otros.
Regreso en tren a Barcelona, llevando la imagen del ídolo de Mikeldi con su morro de

                        Ídolo de Mikeldi ( Museo Vasco de Bilbao Ca. 2300 de antigüedad
cerdo y que apresa la luna llena entre sus patas. También la calle Del perro, con su fuente donde una chica da de beber a su perro. Mis amigas siguen su viaje hacia el Norte, encuentros y desencuentros, recuerdos de otras ciudades caminadas y vividas con la intensidad de querer cambiarlo todo, de querer comernos los colores de la vida como lo hacen las amigas gigantas en un eterno instante, bajo uno de los puentes de Bilbao.