viernes, 21 de septiembre de 2018

Verano en Karlskrona

(Parte 1)
Desde mi viaje anterior, en mayo, han desaparecido las vallas metálicas en la estación con policías que controlan la subida al tren. Ya ninguna autoridad uniformada sube al tren, cruzado el puente fronterizo de Oresund, echando miradas de sospecha, al comparar la foto del pasaporte que mostramos con nuestra propia cara, allí presente y acompañados de perros que olisquean las maletas . Todo vuelve a ser como antes. Los controles aparecieron el año anterior, cuando miles de refugiados pugnaban por llegar a los países escandinavos. Ya el cupo está lleno. El control de entrada se ha invisibilizado de este lado. Los filtros se aseguran antes. Se desbordan las fronteras sur y miles continúan echándose al mar para buscar un rescoldo de vida .

La estación gris metálica se extiende delante de mi, que inquieta por la hora, temo perder el último tren desde Dinamarca hacia Suecia. arrastro mi maleta multicolor, la misma que me acompaña desde hace casi quince años. A mi edad , quince años, es tan poco. El uso ha dejado la maleta una esquina un poco descosida, lo que denota una cierta desidia, y me prometo llevarla al zapatero ni bien regrese a mi barrio, en Barcelona. Mientras me abismo en la costura deshilachada mostrando su vergüenza de agujeritos perfectos, ausentes del hilo, voy hacia algo que parece un banco de metal que han instalado recientemente en la estación de Kasturp, (Copenhague aeropuerto ). Otra novedad para mayor "comodidad del viajero que espera" ( o del cliente , como dice RENFE, en sus altavoces). Pero el banco parece una obra menor diseñado por un ex alumno de la la Bauhaus como Frtz Ertl, quien colaboró en la planificación de las cámaras de gas llamándolas "duchas para necesidades especiales". El asentar las nalgas en él es una tarea de Sísifo, la pendiente del asiento y su altura hace que resbalen , una pequeña tortura que obliga a permanecer pendiente de la situación ejerciendo un contrapeso con los pies. Extraño artefacto en un país nórdico donde la belleza de la arquitectura y el diseño interior de las casas son basadas en la armonía, en la ergoritmia, en proporcionar belleza y bienestar a la mirada. Donde el más bello paisaje es esa combinación de líneas arquitectónicas que se suceden en las ciudades, que alternan con el verde de árboles vetustos, de flores indisciplinadas, de ventanas de las casas iluminadas por lamparas que cuelgan entre amorosos visillos. ¿Qué significa entonces ese banco resbaladizo, hecho para que nunca nadie pueda descansar allí? Para que nadie se le pase por la cabeza la idea de adormilarse o permanecer mirando el paso de los trenes, o los viajeros que llegan. Me gustaría leer la explicación dada para el uso y la adecuación de este banco a la estación. Quizás llegaría a entender el espíritu que subyace en la construcción de esos "no lugares", como se describe ahora a esas zonas de paso : estaciones de ferrocarril, aeropuertos... A un no lugar corresponde un no banco... ¿ Será sólo en Kasturp que lo han instalado? ¿Tiene algo que ver con la repentina ausencia de control de pasajeros extranjeros? (Creo recordar que en Barcelona hay también instalados esos no bancos en alguna estación, ¿o me confundo de no lugar?) .

Kasturp, estación de tren (Copenhague)

Los ferrocarriles en Suecia dan sorpresas inesperadas. Y llegados a Malmö nos advierten que debemos bajar del tren. Cambio unas palabras con dos chicas italianas, y una al despedirse me dice: In bocca al lupo per tutto . Una fórmula de buena suerte que presiento mágica, ¿qué tiene que ver la boca del lobo con la suerte?: Esta expresión representa el amor de la madre lobo que toma suavemente con su boca a sus cachorritos para llevarlos de una cueva a otra, o para protegerlos de los peligros externos. Decir “in bocca al lupo” es una de las más bellas expresiones que se puede ofrecer a una persona. Es el deseo de que estés seguro y protegido de la maldad que te rodea, como la loba protege a sus cachorros manteniéndolos en la boca. Me aclara la página de vive Toscana. Grazie di cuore joven viajera desconocida. Lo pienso,  un mensaje de esos que se trasladan a través de personas con las que nos encontramos solo una vez, y que desaparecen dejando un recuerdo en nuestra memoria que quedará allí. Lo cierto es que yo misma acababa de dar fin a una novela, donde una mujer encontrada muerta en un camino, se convertía, en la imaginación de la gente del pueblo, en una loba blanca que protegía a los niños del ataque, precisamente, de los lobos.
Luego de una hora y media de recorrido en autobús, regresamos a otro tren.

Esta vez fue medio camino en autobús. Aunque, también , a veces, se trata de un vagón que se desengancha y va hacia otra dirección. Pero, eso sí, siempre anuncian sus intenciones. El problema es entenderlas La costumbre de que un mismo tren tenga dos recorridos diversos y que los vagones se quedan en un lugar mientras otros continúan, la entendí con el paso del tiempo... La gente con la que hablo en Suecia no sabe explicarme bien que clase de conflictos existe en los ferrocarriles, aunque puedo adivinarlo, la privatización de los servicios públicos tiene los mismos móviles en todo el mundo. Pero parece que aquí no son muy dados a las quejas, y los pasajeros se someten obedientes a los inesperados transbordos, a los minutos larguísimos de detención del convoy en una estación o esperando a que otro pase en dirección contraria. Es la nórdica poética del viaje en tren. Da tiempo a la meditación tranquila o a lo sorpresa de la estación a las que nos llevará a conocer en el trayecto hacia nuestro destino. Llego al final a Karlskrona con más de una hora de retraso y pienso que no somos solo los meridionales los impuntuales e imprevisibles. Me alegro que aún pervivan en el norte estos contratiempos que tanto nos humaniza.


Estación de tren en Karlskrona

¿Qué hay de nuevo, en la ciudad a la que llego, en estos meses transcurridos desde mi último viaje? La pegatina de una marca de pastillas de menta, que perdura sobre la puerta de una casa cercana a la estación de tren sigue allí, destiñéndose, desde ella me sonríe una chica de pelo oscuro. Cada vez que llego me cercioro de que está allí. Me da una cierta tranquilidad constatar su permanencia desde hace seis años. Aunque, hay algo subterráneo que se va moviendo, como esos terremotos de baja intensidad que se repiten y que van transformando, por debajo de nosotras, las capas profundas de la tierra: Y eso lo percibo en el paso de una fila de soldados jovencísimos y rubísimos, van de dos en dos. Al verlos me llega la memoria literaria de la llegada del ejército nazi a París, a través de las páginas de la novela Irene Nemirovsky, Suite Francesa ... Es silenciosamente inquietante . Había leído que en Suecia, como en Francia se restablece el servicio militar obligatorio ¿ Será esa la primera camada de jóvenes adolescentes, recientemente llamados a filas? Pregunto, nadie sabe decirme si es así... No entender la lengua en del país en el que uno está es como ser sorda o ciega. Busco en internet las páginas en inglés de algún periódico a ver si alguien explica algo. Me entero que hay maniobras de la OTAN en el Báltico, precisamente en Karlskrona que está a sus orillas, alarde de fuerzas guerreras para prevenir a los rusos que están en frente. Dicen que se sienten amenazados por la constante violación del espacio aéreo, incursiones de submarinos espías y robo de datos de internet ... Se muestran los dientes Ese mismo domingo oigo los aviones de combate mientras hacen ejercicios de vuelos en la zona. ¿ Cuántos millones de euros dilapidados en ese solo día? 

En la gran plaza de Karlskrona , una enorme espacio de suelo empedrado donde, a cada extremo, se yerguen dos iglesias varias veces centenarias: sueca una, alemana la otra. Frente a ellas el Ayuntamiento y al casi escondida detrás del antiguo cementerio romántico, aledaño a una de las iglesias, la acogedora Biblioteca. Y en el medio la gigantesca estatua del rey Carl XI, fundador de la ciudad en el siglo XVII: un origen naval y militar que perdura. A un lado de la plaza, unos cuantos ancianos sostienen una pancarta que denuncian las maniobras militares, son cuatro o cinco que nadie parece hacer caso. Más allá, las casillas de propaganda de los partidos políticos que compiten en las próximas elecciones, donde, dicen, la extrema derecha tiene grandes posibilidades de ascenso. (Aumentó efectivamente el porcentaje de votante a la derecha casi un 5% más, llegando al 17, 5%) .

A cada partido le corresponde una casilla de madera donde el ciudadano curioso de información puede entrar y tomar un café gratis con los militantes, quienes ofrecen explicarte su programa político. En el chiringuito del partido de Izquierda,Vänsterpartiet así se llaman, me preguntan de donde vengo, cuando me saben de Barcelona dicen conocer a Podemos y Ada Colau, y los reconocen como cercanos. Su símbolo es una V. En otra casilla cercana está el Partido Feminista, una de sus fundadoras es Gudrun Schyman, de larga trayectoria y una de las artífices de la política abolicionista de la prostitución en Suecia, que lleva a la penalización de los clientes y la denuncia sistemática de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual. Es un partido que despierta apoyos y simpatías dentro la y los votantes de izquierda y a las que votarían, me dicen, si no fuera necesario unirse contra el peligro de la la derecha. Son muy visibles en los grupos que trabajan con los refugiados ( hay una gran mayoría de mujeres en estos), y, por esto mismo, son el blanco de las acusaciones más absurdas contra ellas de parte de los militantes de la extrema derecha. Las acusan de apoyar ala inmigración por el placer de tener a su lado a "machos jóvenes" ( inmigrantes y refugiados) con los cuales mantienen relaciones sentimentales y protegen, incluso de las acusaciones de violación. Así es, entre marimachos y ninfómanas siempre las mujeres comprometidas con una causa tienen razones oscuras para la acción, y siempre relacionadas con una sexualidad non sancta. Pregunto si ese partido, que ha elegido para representarlos una inocente florecita sobre un fondo azul, ¿son de verdad los tan temidos neo nazis suecos?, me dicen que sí: son los Demócratas Suecos, así se hacen llamar. Pienso si la inocente flor que los representa es como la harina en la pata del lobo que se quiere comer a los cabritos. Su discurso se basa en el peligro que significa la llegada de refugiados y migrantes, "para ellos son todas las facilidades que ponen en peligro nuestro bienestar" , "nuestra cultura"."lo que nosotros nos hemos ganado con nuestra inteligencia y nuestro trabajo" ... bla bla, bla. Reconozco el discurso, lo he oído tantas veces. Ellos, los "otros" , nos roban . Y han elegido como logo de su agrupación una flor con algo de hippie, amor y paz para los suecos,pero solo para los esencialmente suecos. Los estudiantes que recorren el lugar van acompañados de sus profesores, un ejercicio de educación democrática. Las clases acaban de comenzar. Salen repletos de chapas de publicidad y de folletos. Los verdes, los socialistas, la izquierda, los cristianos demócratas, el Centro, el Partido feminista, y el Partido comunista sueco ( a estos no los vi en Karlskrona, sino en Malmö).
                                                   
                                               
Casillas de partidos políticos en Suecia


Voy hacia la calle donde está la HER FRISÖR ( peluquería de caballeros) de Hans. (Ver en este blog: Viaje a Suecia)  En mi anterior estadía presentí que Hans no iba a regresar.  Y fue así, el local está vacío. Como suspendido en un día eterno. De los escaparates sólo ha quedado el cristal . Y la bandera sueca que ondeaba sobre la entrada, anunciando la presencia del peluquero,  también ha desaparecido. Hans ponía la bandera y la retiraba al compás de sus idas y venidas. Su presencia, en el interior de la peluquería, en penumbras, era apenas perceptible desde la calle, como borrándose de a poco. Esta vez su sombra había desaparecido, y con ella todo lo que la rodeaba,incluso el contenido del local anexo que vendía "objetos de arte hechos a mano". ¿Cuantos años habría permanecido allí? Treinta, quizá, cuarenta? Los calculo por las fotos que adornaban su escaparate.

Escaparate de la Herr Frisör, ya desaparecido

 Sólo queda el horario impreso en puerta de entrada . A través de los cristales veo la hilera de picas, donde Hans, en alguna época lejana de bonanza, lavaba y masajeaba las cabezas de sus clientes, por turnos, con  esmero profesional. Con un entusiasmo insospechado en la austeridad de su persona , que yo acostumbraba a espiar  a través del escaparate,aunque, ya entonces  era solo esa sombra que esperaba. Ese antiguo entusiasmo de sus primeros tiempos me pareció percibirlo en el Wälkomen impreso en una de las picas. Entusiasmo que se habría ido perdiendo con  el menguar de la clientela. Pero allí solas, las picas  continúan dando la bienvenida, en aquel local polvoriento, a fantasmas  añorantes del peluquero ausente.
Välkomen! Lo que queda de la peluquería.
 ¿ Que fue de el? ¿Murió solo ? ¿Fue a parar a la residencia cercana? ¿Se retiró a su propia casa? Probablemente, la próxima vez que regrese encuentre allí instalado un nuevo comercio: una pequeña tienda de comestibles atendida por un inmigrante, o un kebab, la calle no da para grandes proyectos. Es, como ya escribí alguna vez, una de las calles más poco agraciadas de Karlskrona, aunque paso en ellas largas horas, revolviendo entre cosas usadas , en el local que tiene abierto de la Cruz Roja. Son calles de edificios nuevos, donde la lección de la buena arquitectura tradicional parece olvidada. Sólo queda de ella los grandes ventanales para aprovechar al máximo la luz del sol. 


Corre detrás,  paralela una de las entradas del mar. Y cuando bajo hacia allí, encuentro La casa inquietante. Guarda en ella toda la ausencia de la peluquería y de los manteles bordados que encuentro en la Cruz Roja. Está en una esquina ,  respira esa presencia inefable que guardan algunas construcciones de madera antiguas. . 

La casa inquietante.
  Reconozco en algunas casas suecas como algo que me llega desde desde la infancia. Ilustraban los libros de cuentos, poblando mi imaginación infantil de arquitectura nórdica. Hasta que se hicieron presencia al llegar aquí. Donde están también, en los bosques, en las calles, en los parques esos árboles antropomorfos de las ilustraciones infantiles, y las flores en forma de campanitas diminutas, y las niñas que tejen coronas con ellas. Y , tal vez sea eso, el encuentro con aquel paisaje infantil que alberga aquel trocito de esa ciudad , que no deja de ser también una ciudad militarizada. Porque desde siempre es una base militar, con el suelo horadado de refugios construidos durante la Guerra fría, de la que que hoy se vuelve a hablar. Una perfecta ciudad de citas de espías, que imagino esperando con la mirada perdida y el cuello del abrigo cubriendo sus intenciones , allí mismo, sentados en esos bancos de madera, de este lado del Báltico. Recorro la orilla del mar y me siguen la mamá cisne y sus crías que ya están tan grandes como ella pero que aún no se separan de su lado, se acercan a pedirme de comer, como no llevo nada que les interese se van, deslizándose ufanas, con sus colitas paradas y sus largos cuellos que hunden en el agua, de manera que solo sus patas, cual gimnasta acuática, permanece agitándose en el aire. "Se va ahogar" gritó una lejana pariente mía, de visita en en el zoológico de Buenos Aires, al contemplar esta práctica común en aves acuáticas. Yo era entonces era una criatura de unos cinco años, pero me di cuenta que lo que aquella mujer decía era un despropósito. Entonces mi madre me dijo en voz baja: «Quedó así, de un susto, sorprendió a un ladrón dentro del ropero de su casa». Y yo, cada vez que veo a un pato o un cisne que queda así, patas arriba en el agua, me viene a la memoria, aquella lejana tía Elena, que perdió el juicio al encontrar un hombre escondido en su ropero. Llego a la playita solitaria, bajo el sol del verano que se prolonga. Una mujer, un chico con su bici, muy lejos unos de otros. Todo es silencio. Un maravilloso día de sol.
La playita solitaria.

Verano en Karlskrona 
(Parte 2) 

Abrí la ventana y oí el canto de los pájaros que llegan en primavera, hacía 12 grados. Y me quedé aterrorizada, ¡era la Nochebuena! Así me explicaba Ulrika la siniestra llegada de lo que ella presentía como algo terrible, el cambio climático era ya una realidad, y allí estaba, anunciando la primavera en pleno invierno.

Oí el canto de los pájaros...

 Desde mayo la temperatura no bajó, y más de 30 º, durante meses, arrasaron los jardines. Y el forraje para las bestias comenzó a ser escaso y a encarecerse tanto que, muchos, se vieron obligados a matar a las bestias. Los caballos, con todo lo que significa para un sueco, los caballos que crían y cuidan con amor y con cuyas imágenes decoran las habitaciones y los trapos de cocina, los caballos que aprenden a montar desde la infancia, los mataban. No había más dinero para mantenerlos, me dijeron. ¿ Y por qué no los regalan? No sabemos cómo los tratarán, qué harían con ellos. Pero.., ¿a una escuela? ... Nada, ¿que decir ante una decisión irrevocable que era vivida como una gran tragedia? Pero que yo, con mi razonamiento latino no entendía ...Deduje entonces que la trágica decisión formaba parte de un orden que me era incomprensible, de una responsabilidad que recaía sobre ellos solamente. Una responsabilidad que no se podía compartir con nadie, ni pedir auxilio. Algo de la formación calvinista , tal vez, a la que me es imposible acceder con mi manera de razonar, de sentir. Algo oscuro y que se va asentando como renuncia, y que comenzó, quizá, con ese anuncio siniestro de una primavera que llegaba en pleno invierno. Con aquel cambio que presenció Ulrika, al asomarse a la ventana el último 24 de diciembre. ¿Será también tiempos duros, sin piedad los que se anuncian? ¿Se preparan para ello los suecos ? ¿De verdad, el partido Demócrta Sueco tiene posibilidades de gobernar?

Sábado a la noche: jóvenes, mayores, hombres y mujeres van a divertirse en compañía o solos. Beben, muchos esperan ese día para emborracharse. El alcohol, en Suecia, es caro, el Estado lo tasa con altos impuestos y sólo se accede a él en tiendas especializadas, o en bares y restaurantes. Los domingos por la mañana encuentro copas, botellas y latas abandonadas en la calle, los mendigos rumanos locales se encargan de ir recogiendo en grandes bolsas de plástico y las llevan a reciclar a la puerta de los supermecardos, donde las depositan en máquinas que trituran latas y absorben botellas. A cambio les entregan vales por el valor de lo reciclado, unas coronas que cambian por compras en el mismo supermercado.

Entro al hotel donde trabaja mi sobrino de barman, lo veo detrás de la barra, mi sobrino ese aire familiar que me recuerda a los hombres de mi familia, a mi padre, a mi hijo. Sus colmillos afilados y la sonrisa, la manera de moverse, ciertos gestos que no es imitación, ni de su padre, del que creció alejado, ni de su abuelo que nunca conoció. Cosas de la genética. Me acodo en la barra y lo contemplo con cierta emoción de pertenencia, la familia existe, aunque estemos tan desparramados por el mundo. Se me ocurre, en mi último día de Karlskrona, tomar una cerveza, y veo que hay cerveza española, y la pido, pensando que es una manera de ir acercándome ya a mi casa. Tonterías. ¡Cinco euracos! que sólo puede pagar con tarjeta de banco. En Suecia si no tienes tarjeta de banco no puedes ni viajar en autobús. El inexorable control del rectangulito de plástico. Miguitas electrónicas que vamos dejando por el mundo.

Se acercan a la barra un grupo de amigas entre cuarenta y sesenta años, insultántemente guapas y bien vestidas, con las últimas galas de verano, tacones, vestidos ceñidos. Piden vino, cerveza y se van a sentar a una mesa, ríen. Llega un sueco,bajito, quizás metro sesenta y cinco, cuarentón con gafas. Exhala soledad total. Pide un gin tónic y elige el gin como un experto, mientras charlo con mi sobrino que sirve su copa, pregunta si hablamos en español. Sí, le dice en sueco, mi sobrino. Y se alarga en la explicación de su origen por vía paterna . El sueco bebe su copa. Y desaparece. Regresa y pide el "mejor ron", examina la etiqueta de la botella que mi sobrino le muestra. En inglés, me comenta su gusto por el buen ron. Le digo que el mejor es el de Arucas, en Canarias.( Es lo que me dijeron en Arucas, cuando viajé allí). Me pregunta si me gusta el ron, y le respondo que no. Pide a Daniel que le sirva el ron acompañado con otra copa, esta de leche. Y entonces me explica, sorbiendo ya su ron, que es una delicia lo que experimenta : un trago de ron , con el que "llega al cielo", y un trago de leche, con el que se renueva el paladar para disponerlo así a un nuevo viaje hacia el cielo. Me enseña, con cada sorbo alterno de sus bebidas, como va experimentando ese placer, tan particular, de experto. A esa altura, su cercanía y su poesía alcohólica me hace sospechar que ya está haciendo efecto el gin tónic y los ligotazos de ron. Su mirada se vuelve amistosa y me quiere convidar con ron. Le reitero que no bebo, ya suficiente con mi cerveza. Insiste en que pruebe ese viaje hacia el cielo. Insisto en no, y le deseo un ¡salud! a su trago . Es sábado de noche y borracho, el amor hacia el prójimo, tan contenido por allí, se desborda . Me pregunta cómo me llamo. Le digo mi nombre y Magnus, que así se presenta, casi llora de emoción cuando le explico que es la primera vez , después de muchos años de mis vacaciones en Suecia, que un desconocido me dirige la palabra. Pide abrazarme en señal de amistad . Le abrazo y me despido también de mi sobrino que me hace señales, para indicarme que mejor me aleje de Magnus que empieza a ponerse pesado. A pesar de todo cuando salgo del allí me siento contenta, Magnus ha logrado animarme. Debe ser el efecto de los "Abrazos gratis", como pregonan esos chicos que en algunas ciudades viene a tu encuentro a abrazarte, porque sí.

Muelle del puerto, frente al Hotel.

Regreso a Barcelona, Llamo a mi madre por teléfono, me dice, con orgullo, que fue a votar. ¿ Por quien votaste?, «Por la izquierda , sabés que yo siempre voto por la izquierda. Me llevó Demián», mi otro sobrino. Se desplaza en silla de ruedas, y a sus noventa y tres años aún , a pesar de todos sus achaques, de su dependencia de siempre como mujer «de su casa» como se define, vota a la izquierda. Se sabe clase obrera, y eso la hace irrenunciablemente de izquierda. Cuando hoy me despierta la noticia de que en Cádiz, los obreros de los astilleros se movilizan porque tímidamente el gobierno socialista español está revisando los contratos de suministros de bombas a Arabia Saudí, con las que despanzurran a miles de yemeníes. El pan de las familias de Cádiz depende de las máquinas de guerra que se utilizarán para dar muerte a otras familias, allá lejos. Tan lejos que podemos cerrar los ojos y no verlos. No soy ingeniera, no soy economista, pero me pregunto por qué los planes de producción son siempre cómplices solapados o abiertamente públicos,de la muerte y la depredación de la naturaleza, de personas, del medio ambiente. ¿No hay maneras, acaso de producir sin matar. De producir cuidando a las personas y al territorio? Un oyente que se comunica con el programa de radio que estoy escuchando, es un hombre, dice: «Si no vendemos nosotros las bombas , las venderán otros, es una tontería no hacerlo, las guerras siempre han existido». Me quedo estupefacta ante la simpleza de esta conclusión que así tan de hechos consolidados. Es la que domina el pensamiento actual. Releo Farenheint 451 :

Atibórralos de datos no combustibles lánzales encima tantos hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esa naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como la Filosofía o la Sociología para atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. Ray Bradbury ( 1953).
Exemplifying the decline of independent thinking in America
Ilustración tomada de :( http://blogs.stlawu.edu/joshandcaroline/2014/09/21/media-blog-3-fahrenheit-451/)
 (No es mi intención infringir Ley de  Derechos de autor en la utilización de imágenes tomadas de la red. Tanto el texto como las imágenes de mi autoría pueden ser reproducidas citando fuente y autor.  



miércoles, 11 de julio de 2018

Cuando la propiedad privada era un robo

Opereta con obertura y un acto.

Observaba de reojo, para no descubrir mi indiscreta atención, la meticulosa ceremonia a la que mi vecina de vestuario se abocaba al regresar de las duchas. Sus pies, cuando desnudos, evitaban tocar el suelo de baldosas,  precavida, los hacía descansar sobre una toallita especial. Cada gesto que realizaba era siempre el exacto, siguiendo un orden inalterable. Me percaté también que algunas de las usuarias del club siempre buscaban la misma taquilla para guardar sus ropas (aunque son públicas) y que manifiestan una cierta inquietud si una intrusa les ha ganado de mano en su elección. Pero, todo esto me lo decía distraída, entre el pensamiento puesto también en todos aquellos cuerpos de todos los tamaños,  formas y tonos que explican el paso del tiempo, los pliegues que dejan la vida: los partos, el amantar, la ausencia de estos, el peso que va y viene, la felicidad del buen comer. Si no provocara un escándalo, iría un día con un lápiz Conté y un bloc de dibujo a tomar apuntes allí. Y con tanta variada desnudez reconstruiría una versión nueva y más real de El baño turco de Ingres, una versión al estilo Alice Neel. 

Dominique Ingres, El baño turco, 1862


                                          
Alice Neel, Autorretrato, 1980


Pero esos pensamientos son solo travesuras allí, donde la realidad cotidiana me aleja del orientalismo romántico de Ingres, y de todo pensamiento que no sea el ahora absoluto.


Un momento antes había asistido a la sorprendente manifestación de preferencia hacia ciertas duchas, exactamente dos de las ocho que se abren enfrentadas, unas a otras. Esto ocurre cuando se produce la salida simultánea de varias clases y se hace cola y algunas mujeres no se deciden a entrar en las duchas desocupadas.  Y allí mismo, apunté que no había nada que hacer, me quedaba mucho por aprender de los secretos del funcionamiento de las instalaciones del club que, hasta entonces, había sido para mí un espacio sin valoraciones detalladas. Supe también, por la complicidad que me mostró otra de las socias, que el llevar conmigo a la piscina, dentro de una pequeña mochila, la toalla y el neces͢͢͢͢͢͢͢͢er, tal como lo hacía yo, para ahorrar tiempo  y después de la inmersión pasar directamente a la ducha, sin tener que regresar a la taquilla en busca de lo necesario para el aseo, para esta usuaria  era una medida higiénica . Con ella evitaba el posible roce de su toalla con otras ajenas. Pensamientos y acciones todos que me hacían sentir como un dechado de malas prácticas. Siempre fui una ama de casa imperfecta y desaliñada, pero ya iría tomando nota de todo ello, para tratar de enmendarme. Así, tomé conciencia de la austeridad de mis gestos de limpieza, la simpleza de mi ajuar: una toalla y un neceser envejecido y bastante manoseado por el uso. Por lo que me prometí, y así lo hice, lavar el neceser para quitarle el roce que evidenciaba mi absoluta falta de pulcritud. Y quizás, encontrar en mi casa una toallita pequeña para usarla de alfombra y no quedar como una guarra ante las vecinas de vestuario. Lo de la toallita, al final, lo deseché, para no añadir peso a la mochila. (Todas estas precauciones, que entonces me parecían casi manías, hoy, luego de la pandemia parecen normales y se han multiplicado)


Un día, a una hora en la que la piscina se hallaba vacía, luego de nadar en solitario fui en busca de las duchas estrellas, que aprendí, en esas luchas entre socias por lograr sus beneficios,  poseían un número,¡ y yo no me había dado cuenta!.Sí, allí estaban, la cuatro y la cinco, todas para mi. Me acerqué voluptuosa hacia la cuatro. Imaginando que, al girar el grifo, un chorro tibio y abundante, cual lluvia de oro que cubre a Dánae, purificaría mi cuerpo del remojón en  agua clorada. Pero no, nada de ello ocurrió,un chorrito, frío primero, que se fue entibiando de a poco y que en un contar hasta hasta diez se cortó, fue todo lo que me ofreció. Probé entonces con la ducha número cinco. Igual desilusión. Yo no era capaz de percibir la diferencia entre esas y las otras con las que acostumbraba a mojar mis carnes. Seguramente, el pequeño dios, que yace escondido en las alcachofas de las duchas, otorga placer solo a las que luchan entre ellas para obtener sus beneficios. Yo, una aprovechada de la impune soledad, no me lo merecía.


Tiziano, Dánae recibiendo la lluvia de oro, 1560-1565
                                 
Pero, las intrascendentes observaciones anteriores resultaron no serlo tanto pues, recomponiéndolas descubro ahora que fueron la Obertura de la Opereta, que se desarrollaría en la piscina días después, durante una de las clases de aquagym, a la que se me ocurrió asistir por primera vez, ya que hasta entonces iba a la piscina por libre. Opereta, que dado su argumento, bauticé con el el título de «Cuando la propiedad privada era un robo ». Es menester aclarar que las actrices y actores de esta realista puesta en escena son vecinos de uno de los barrios más empobrecidos de Barcelona, El Carmel. Escenario, tiempo atrás, de heroicas luchas, crisol de feministas y de militantes del obrerismo de aquellos tiempos, tan pasados, cuando una clase trabajadora orgullosa de serlo, aún creía  la acumulación de propiedad privada era un robo.
-Las ninfas y ninfos

Tal como reza la Wilkipedia, en cita de Walter Burket: La adoración de estas deidades, [ninfas acuáticas, porque las hay de tierra] está limitado solo por el hechos que se identifican inseparablemente con una localidad concreta. Esta definición que vincula el ser ninfeo al fuerte arraigo, también formaba parte de mi ignorancia. Así, ajena a ello participaba en la alegre expansión de mi cuerpo con saltos en el agua. Hacia adelante, con amplios gestos de brazos y piernas y regresaba saltando hacia atrás, al ritmo marcado por el monitor de aquagym y acompañada de otras ninfas y ninfos con los que compartía el espacio de la gran piscina .¿Existirá la versión masculina de las ninfas? En caso de existir, seguramente, son tan escasos como los que participan en las clases de aquagym o de todas las actividades que tengan que ver con la expresión corporal  ( o  las de los clubes de lectura). Hecha la digresión, continúo con la Opereta, cuyo Acto primero y único, luego de la Obertura, acontece al ritmo de las gesticulaciones que nos marca el joven monitor, desde el borde de la piscina. Y allí vamos las y los gorditos desplazándonos, cada uno siguiendo, como puede, lo que nos señala. Creía yo que allí nos divertíamos, y que dentro del agua olvidábamos rituales exactos, y pequeñas manías. Miraba, con solidaria comprensión, a una de las participantes más anciana, agarrada como mejillón a la roca, a la orilla de la piscina, sin moverse de allí. Y hasta pensé en ofrecerle mi ayuda para que pudiera moverse más allá de su espacio, limitado por la extensión del movimiento que le permitían sus patitas temerosas, que intentaban seguir el ritmo tropical con que acompañaban  los ejercicios. Pero, poco, me di cuenta que su participación en la clase consistía en eso, permanecer agarrada a la pared, mientras los demás seguíamos el ritmo de cumbias y salsas pasadas por agua.

Inocente de mí que, creí que la piscina, en su anchura y extensión, nos acogía amablemente en su cualidad líquida uterina, liberándonos de caprichos locus. Cuando, como Saulo caído del caballo, me descubrieron que allí continuaba rigiendo las normas y costumbres que en tierra de vestuarios o duchas, había percibido, días anteriores,  como pequeñas manías o costumbres hechas en la repetición ordenada de la administración hogareña. Fue cuando chapoteaba  sonriente, mientras canturreaba en voz alta  lo que sonaba por el altavoz, algo así como; Dámelo, dámelo, dámelo negra, dámelo ya... Cuándo. el  feliz  ritmo que iba siguiendo se vió  interrumpido por la voz de  una mezzosoprano que, tocando mi espalda, me señala: «Este no es tu lugar» ...¡¿?! Me sonó al estallido de un platillo metálico sobre mi cabeza, dejándome estupefacta.
                         
 Balbuceé algo sobre la propiedad privada, alejándome a continuar las indicaciones del monitor, lejos de la propietaria del trozo de piscina, que marcaba su frontera vital. Yendo a parar cerca de la anciana que me había enternecido por la manera de aferrarse a la orilla. No demasiado cerca, pensé, para no provocar posibles ondas acuáticas que pudieran inquietar a la atemorizada señora. Pero toda precaución resultó inútil. Con gesto adusto, bajo su gorrita de goma, sus cejas formaron expresivos ángulos que eran la única gesticulación que le permitía su cuerpo, ya que sus manos seguían agarradas al borde. Con ellas subrayó lo que indicaban sus palabras, emitidas con voz de soprano niña, que me ordenaban el alejarme de allí. «¿Acaso yo no tenía un lugar propio?» , me había reprochado la gimnasta anterior, y repetía ésta.
   
                        
                                      
Elsa Plaza, Verano del 82 en la piscina de la calle Amalia. 


 «No, no... no pensaba que...» Creía en el azar de los movimientos acuáticos. Hasta entonces, pensaba que  idas y venidas nos conducía a ocupar lugares diversos. ¡Oh!, mi manía de dejarme en manos de los encuentros fortuitos. Degenerada desde la adolescencia por la lectura de los manifiestos surrealistas, aún, en aquella piscina, había creído en la deriva, en la pura flanerie clorada. Pero no, allí aún no había llegado el juego de la vida y reinaba el más absoluto orden determinado por la costumbre, que una vez más, trataba de ser inalterada, y que yo me empecinaba en transgredir. Cabizbaja, pero exudando bronca, como me acontece con frecuencia, me alejé hacia una zona vacía, allá donde nadie podría recitarme otra vez el área del capricho locus.

Y allí continué a mis anchas hasta que...llegó el momento de los ejercicios con mancuernas. ¡Mancuerna!, hubiese jurado que era un bicho, algo así como un escorpión, o, estirando mi imaginación, una factura, dulce bollo de panadería argentina de nuevo cuño, para acompañar el mate... Mancuernas, una palabra cuyo significado aprendí hace apenas un año, cuando me rompí un hueso del brazo y un encantador fisioterapeuta (Sergi, ¡hola Sergi!) me enseñó ejercicios de rehabilitación. Así, supe que las mancuernas son las pesas, pequeñas en la piscina y de poliespan. Dos mancuernas para cada uno, que distribuyó en abundancia el monitor,  extrayédolas de dos enormes cajones de plástico. Había muchas y sobran, de tal manera que hay quienes eligen su color preferido, o vaya saber que otra preferencia buscan en ellas.

Yo, una vez más, ajena a la complejidad de las normas, y al estar tan alejada de la distribución, estiro mi brazo y me hago con un par de mancuernas que se encuentran sueltas, aparentemente abandonadas a su suerte, en mi cercana orilla. Y es allí, cuando en la Opereta hace su entrada el tenor. Primero con un gesto, desde la lejanía neblinosa entre la que percibo su figura, donde destaca su desnudo pecho masculino. Porque sin gafas y con las de piscina puestas, todo lo que me rodea está envuelto en esa niebla, que embellece lo mirado, ya que borra arrugas y pelos que asoman indiscretos, haciéndome creer que, yo misma, estoy envuelta en ella. Y así percibo la mano del tenor que me hace señas cuando recojo las mancuernas. Y, a pesar de las recientes experiencia con la mezzosoprano y la soprano aniñada, sigo confiada en la solidaria naturaleza humana. Creo, entonces, que aquel hombre me está señalando su buena disposición para alcanzarme los artefactos, ya que él está junto al borde donde se procede a su distribución. Sonriente y asopranada a mi vez, le indico que no se preocupe que tengo cerca ese par que alcanzo con solo estirar mis brazos.

¡Nueva acción equivocada! Mi degenerada percepción contracultural me devuelve a la norma. El tenor se acerca. Amplio pecho prolongado en generosos vientre, que aprieta el elástico de bañador modelo Fraga Iribarne en la playa de Palomares.
Autor: A.M.Diario El Mundo, 10/10/2014.

Me indica, señalando las mancuernas que yo tenía en mis manos, y meneando la cabeza con la autoridad de una especie de indignado guardia civil, que aquellas que yo tenía, él las había dejado allí, antes de la clase. Él las saca del cajón comunitario donde yacen, y las aparta para su uso personal.


Desconcertada ante tanta privacidad invadida. Decidí alejarme de allí, para adelantarme a todas las ninfas que harían cola frente a las duchas 4 y 5. Y ahora que escribo esto, recuerdo que, hace años, intenté hacer un curso de swing. Concurría a clase con mi vecina, la Pilar y mi hija, que entonces tendría unos diez años. No llevábamos pareja hombre, sino que pretendíamos bailar las tres juntas... Fue una ofensa, no solo para la profesora sino para las heteropatriarcales parejas, que parecían prepararse para concursar en Mira quien baila. ¡Es verdad!, mi Currículum deportivo se ve siempre manchado de incidentes normativos.

Juro, por Emma Goldman, que está en todos los solares okupados con alegría y ante Diana cazadora madre de las verdaderas ninfas, que lo relatado es un exacto reflejo de mi experiencia vivida. Tal, un espejo puesto a la altura del techo de la piscina. Cuando regresaba de aquella epifánica clase de aquagym, chino chano, bajando la Rambla del Carmelo, con mi mochila azul que iba chorreando agua de mi bañador, porque, casi siempre olvido la bolsita de plástico para guardarlo, iba pensando en lo que dijo Hannah Arendt. O si no lo dijo, lo pensé, imaginando salido de su libro, que yace en mi sofá del comedor, desde hace días, con su cubierta verde y negra: El fascismo hunde sus raíces en la costumbre. Prepara su nido en la repetición de acciones semejantes día a día, y se defiende contra quienes pretenden, acaso sin proponérselo, alterar algo en esa costumbre. La «obediencia debida a la legalidad de un Estado reconocido legalmente», aquel pretexto utilizado por Eichmann para justificar las órdenes dadas para el exterminio de millones de judíos; obediencia a la que apelaron las fuerzas armadas y los policías que mataron y toturaron cientos de miles de personas en toda América Latina, tiene algo, en su origen, de esos pequeños gestos cotidianos. Seguramente, quienes estudian la psicología de masas de los fascismos lo saben. Pero ignoramos cuánto de represivo hay en la búsqueda de lo igual, de lo inmutable. En la eternización de un estado de cosas, en el que, creemos, reside nuestro bienestar. Pensé, que aquello tenía algo en común con la necesidad de crear nuevas fronteras, de marcar diferencias. De defender las existentes, de permanecer indiferentes a la necesidad de la humanidad flotante y a punto de morir ahogada en esa gran piscina que es el Mediterráneo. Cada uno agarrado a su pequeña mancuerna, a su pedazo de piscina. Aunque sé que hay otras y otros que, generosos e inmunes a las leyes de esa «obediencia debida», se saltan las normas. Y aún van hacia el encuentro fortuito de lo nuevo con los brazos abiertos. Me uno a ellos en la esperanza de que a la piscina del Carmelo, a las clases de aquagym, llegue pronto la verdadera lluvia dorada que recibió Danae. Pequeños dioses ocultos en las duchas cuatro y cinco, ¡oíd mi plegaria!


                            
Elsa Plaza,Agenda de les Dones, 1979.


(No es mi intención infringir Ley de  Derechos de autor en la utilización de imágenes tomadas de la red. Tanto el texto como las imágenes de mi autoría pueden ser reproducidas citando fuente y autor. 

lunes, 5 de marzo de 2018

Caminito borrado por el tiempo


«Con sus conventillos típicos de chapa y sus paredes de colores, Caminito es un museo a cielo abierto», explica el blog oficial del gobierno de la Ciudad que promociona el turismo en Buenos Aires. Abajo, una foto multicolor ilustra lo que sería parte de uno de los barrios más típicos de la ciudad de Buenos Aires, la esencia de lo porteño: la calle Camito, en La Boca. Barrio nacido al borde del riachuelo, un brazo del Río de la Plata fue, y continúa siendo, receptor de migrantes desde finales del siglo XIX. La calle Caminito debe su nombre a la inspiración poética de Gabino Coria Peñaloza, autor de varios tangos que interpretaron cantores famosos como el mismo Carlos Gardel.


Caminito que el tiempo ha borrado... Así comienza la letra de la canción, pero el tiempo ha borrado mucho, mucho más de lo que imaginara Coria Peñaloza desde aquellos comienzos de siglo, cuando el barrio de La Boca comenzaba a poblarse de inmigrantes que bajaban de barcos abarrotados de humanidad expulsada de sus lugares de origen. Las guerras, la violencia y la represión, la pobreza endémica, la riqueza mal repartida obligaban, como hoy, a millones de personas a desplazarse en busca de un lugar en el mundo donde construir una vida digna. Allí, en La Boca se alojaban en esas viviendas precarias: conventillos (especie de patio de corrala) que los hacía diferentes a los conventillos de otros barrios. Estos tenían paredes exteriores y cubiertas de zinc que forraban las paredes de madera de la única habitación que compartía toda una familia. Algunos de estos se conservan más de cien años después, los que sobreviven están deteriorados y maltrechos, todos. Salvo los que sirven para fines turísticos.

La Boca y la promoción de Caminito como espacio turístico es una mentira más de esta Argentina que se quiere vender for export. En el barrio de la Boca, además de una clase trabajadora pauperizada y vecinos que se organizan, como en otros barrios de Buenos Aires, en toda clase de centros sociales y plataformas reivindicativas, hay también niñez abandonada, hay mafias que se reparten el espacio de venta de drogas, trata y prostitución. Y bandas que explotan esta miseria y la falta de recursos y de asistencia incrementada en estos últimos años de política neoliberal implementada bajo el rótulo de «macrismo». Caminito son solo 130 metros, y la alegría de las paredes pintarrajeadas de colores, que nunca fueron los originales del barrio, se concentran solo allí, en ese espacio para pasear turistas. Allí bajan a los guiris con cámaras de falocráticos objetivos colgados al cuello. Una pareja les baila un tango acrobático, de esos que se bailan solo para los turistas. Mientras, en una esquina, sobre un escenario improvisado, un cantante aburrido repite, cada vez que llega el autobús turístico, la letra de Caminito y los tres o cuatro tangos que repite en loop, cumpliendo un horario de atención al público que se pasea por la zona. La policía, con nuevo uniforme -camiseta bordó bajo un ostentoso chaleco antibalas ornado con tiras con los colores de la bandera- rodea las pocas calles aledañas que muestran los guías. No vaya a ser que les roben las cámaras o les tironeen los bolsos los desesperados que se ocultan en el barrio.

Hace solo un mes, un paseante estadounidense fue apuñalado por un joven para quitarle la cámara. El joven ladrón, de apenas 18 años, salió corriendo con la supercámara. Un policía de paisano le disparó varios tiros por la espalda. El chico murió. El turista fue llevado a un hospital donde se repuso de las heridas. El presidente Macri recibió al policía como a un héroe... La discusión sobre la seguridad y el «gatillo fácil» de la policía, que según estadísticas provoca la muerte de un joven cada 23 horas, produjo ríos de tinta una vez más.(Ver:https://www.pagina12.com.ar/99271-era-un-adolescente-y-ahora-esta-demonizado)


Para salvar los charcos depositados por la lluvia en las esquinas o en las aceras rotas, los vecinos habían puesto maderas. Yo iba haciendo equilibrio y saltando desniveles, con mi humilde camarita fotografiando el barrio, intentando no pasar por turista. Lo que fuera mercado municipal lo han transformado en una especie de cutre galería comercial donde se amontonan prendas de origen chino, expuestas sobre torturados maniquíes, todos femeninos, que podrían pasar por una instalación de museo de arte contemporáneo. Muchas casas están clausuradas, para que nadie las ocupe, con cemento que parece vomitado por un monstruo. Otras, mutilada su antigua arquitectura de casa fin de siglo. Las cornisas y medallones aplanados, las pilastras destruidas por una necesidad cualquiera, como bajar la altura de una ventana o la de una puerta para quitar la original y poner una de metal. Más allá sobresale una construcción levantada sobre un trozo de cubierta plana que fuera una terraza, o recorta un hall de entrada un pequeño comercio improvisado. Y en cada esquina basura y un perro que la olfatean con mirada triste y melancólica que parece suplicar una caricia. Mirada de perros mansos, como la gente misma, que busca la charla fácil también en cada esquina. De los patios y locales se asoman objetos inservibles, viejos y oxidados , como algunos de los coches que milagrosamente siguen circulando. Alguien se ha apiadado de uno de los perros callejeros, y en medio de la acera le ha construido una casucha, idéntica a algunas que improvisan los mendigos que abundan en esta ciudad. Mirando hacia el cielo, sorprende los cables y más cables de alumbrado eléctrico descendiendo enredados a la altura de las cabezas de las personas, enrollándose en las esquinas, penetrando en las casas en forma de madejas. Muchas de las cajas de la instalación eléctrica, y no solo en este barrio, despanzurradas, llevan un cartel con letras rojas impresas que advierte del peligro de tocarlas. Es esa toda la precaución que ha tomada la compañía eléctrica (privatizada) para subsanar su desidia, que incluye sorpresivos apagones. Diabólico urbanismo que caracteriza, como si fuera un diseño para pobres, los barrios humildes de Buenos Aires.

Casilla de perro o casa de mendigo, Buenos Aires
Pensaba en todo esto mientras paseaba por la Boca. Fue uno de los barrios iniciáticos de mi adolescencia, cuando iba por allí a escuchar las historias de los viejos anarquistas de la Federación Obrera de Constructores Navales. Largas horas compartiendo mate con ellos y revisando su biblioteca. Guardaba joyas como las obras completas de Freud en primera edición en español, detrás de unos armarios, altísimos, de puertas acristaladas y que ocupaban toda una pared. Conservo aún la Psicopatología de la vida cotidiana, que no me dio tiempo a devolverla. Aquella biblioteca como el local que la contenía, situado en la calle Pedro de Mendoza, desaparecieron en los años de la dictadura militar. Hoy ocupa el edificio una fundación privada de arte contemporáneo: PROA, que cuenta con el apoyo económico del grupo Techint, fundado  por el principal asesor siderúrgico de Benito Mussolini, Agostino Rocca. Quien, después de la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a la Argentina, donde con capitales italianos y alemanes, retomó la tarea interrumpida por la invasión de los aliados1.

La Boca de aquellos años, los setenta, la que recuerdo, ya no existe más, el proceso de gentrificación se excusa también con proyectos culturales que ocupan la cara del barrio que da hacia el riachuelo: una vista excepcional para los grandes negocios inmobiliarios. Detrás de esa fachada, el hacinamiento y la pobreza de los nuevos moradores es aún más desesperante que la que vivieron aquellos inmigrantes de principios de siglo XX.

En el paseo, cortando el horizonte de una de las calles del barrio, me sorprenden unos enormes bloques de hormigón pintados de azul y amarillo. Es la cancha del club de fútbol más popular de la Argentina, el Boca Juniors. Recuerdo que me llevaron allí en una excursión escolar, íbamos a ver una exhibición de perros policías. A la salida una compañera, creo que se llamaba María Elena Riesco, la más linda y la más rica de la clase del colegio público de Floresta sur donde cursé la primaria, me regaló los cinco pesos que costaba el cucurucho de dulce de leche que ofrecía un vendedor callejero. Puedo aún evocar el placer con el que gusté la golosina. Al estadio no lo recordaba así: una especie de enorme monstruo de película japonesa que amenaza al humilde barrio que lo alberga. Metáfora de quien allí mismo se formó para lanzarse a la política: Mauricio Macri, presidente del club durante años. De allí salió para ser intendente de la Capital y ahora presidente de la República.

Mi amigo Carlos me guía hasta la Casa de los niños niñas y adolescentes del barrio de la Boca 2, un proyecto de educación en valores y en derechos humanos que coordina, desde hace más de veinte años, Ethel Batista. El edificio donde funciona fue un baño público. Pero hace varias décadas que dejó de prestar ese servicio. Fue un baño con unas instalaciones distribuidas en dos plantas y de una particular arquitectura. Uno de esos edificios públicos que se hacían cuando Buenos Aires pretendía ser una ciudad europea en América del sur. Allí, en ese lugar que hoy les queda pequeño, un grupo de personas extraordinarias, pacientes, cariñosas intentan dar calor y esperanzas, buen humor y color de verdad (no el falso maquillaje del Caminito turístico), a las criaturas y adolescentes del barrio que más lo necesitan. Un lugar donde crear, divertirse, aprender a compartir. «Y van llegando solos, no se les pide inscripción, ni que vengan acompañados de personas mayores. Prueban unos días y si les gusta se quedan. A algunos los envían de las escuelas con diagnósticos estigmatizantes dados por psicólogos, y aquí les decimos que nos olvidamos de todo lo que han dicho de ellos». Explica Ethel. «Hay quienes  al principio hacen kilombo, están acostumbrados a hacerlo, a rechazar todo y nuestra actitud, lo que ven aquí, los descoloca. No es una escuela, no es un club. Alguna vez nos preguntaron si queríamos poner seguridad, y dijimos que no, aquí no hay trabas de ninguna clase. Si se quieren ir, se van. Y si hacen lío, al otro día, organizamos una reunión y hablamos del tema. Son estrategias que vamos aprendiendo con el tiempo. Por ejemplo, si los llevo de excursión ̶ a veces voy con más de cien pibes ̶ , no puedo estar cuidándolos para que no se escapen. Yo camino, y ellos me siguen. Nunca se perdió nadie. A los egresados (con 17 años) les damos medallas, en los últimos egresos tuvimos que volverlos a incorporar, no se quieren ir y nos vimos obligados a abrir el grupo de nuevo. Cada chico nos plantea una forma diferente de proceder, no hay actuaciones protocolarias. Ante cada cuestión que surge repensamos actuaciones junto al chico, siempre con ellos. Este ambiente de reciprocidad les da la confianza para expresar sus propios problemas. Ellos mismos dicen que aquí explican  las cosas: Cuando yo te cuento lo que nos pasa, a vos se te llenan los ojos de lágrimas, me dicen. En cambio, cuando voy a la psicóloga ella no dice nada. Los pibes hablan a partir del vínculo que creamos. Un pibe trae a otro. Cuando faltan se habla con ellos. En las escuelas, por ejemplo, si hay inasistencias piden una carta de reincorporación hecha por los padres, cuando, muchas veces estos son analfabetos. Aquí los tratamos como sujetos, más allá de la edad (tienen entre 3 y 17 años). Lo que se intenta es darles un espacio en el que se sientan bien, seguros, donde conozcan sus derechos. Un lugar donde ellos estén más cómodos que en el bar, al que, por inercia, irían a parar cuando no saben qué hacer de su tiempo libre. Algunos de los que llegan padecen situaciones de abuso por parte de sus propias familias, son sobre todo los padres, los padrastros o los amigos mayores los abusadores. Cuando detectamos esto comienza un proceso muy largo y muy difícil. Trabajamos con criaturas que incluso han intentado suicidarse varias veces, los abusos sistemáticos provocan autoagresiones. A través de una de las chicas que venía aquí detectamos una red de proxenetas infantiles. Fue muy duro y tuvimos serias amenazas».

Interior de la Casa de niños, niñas y adolescentes en La Boca

Pregunto por los hogares para acogida de menores y si es solución ante situaciones como la que describe. Me señala a una de las chicas que forma el equipo. Ella, me dice Ethel, trabaja en un hogar de acogida, está desesperada, los chicos duermen en el suelo, faltan camas. Un ex-boxeador es el encargado de la vigilancia nocturna, la comida que les dan está podrida. Aquí, agrega, tenemos chicos muertos o accidentados todos los años, por múltiples razones: violencia policial, accidentes callejeros, incendios. Los incendios de los conventillos son frecuentes. Sí, se trata de esas viviendas que la página para atraer turistas describe como tan típicos y tan coloridos. Hubo ocho incendios en los últimos años, muchos provocados por venganza entre grupos que venden drogas, otros por especulación inmobiliaria, otros, vaya a saber qué...


Los incendios que menciona me explican la placa que había visto en la plaza donde se ubica el edificio de La Casa de los niños, niñas y adolescentes. Una placa casera y humilde, como lo son la mayoría de las placas e inscripciones que se esfuerzan en hacer presente la memoria de los desaparecidos y muertos por la violencia de las fuerzas represivas, desde los años de la dictadura militar a nuestros días. Allí se recordaba a «Loquiyo» [sic], uno de los chicos de la esa Casa muerto en un incendio.

Hoy, mientras escribo todo esto, escucho, por casualidad, una entrevista en Sur capitalino 3: Los vecinos de La Boca denuncian que un solar, dedicado a uso público, fue comprado fraudulentamente por el poderosísimo club de fútbol Boca Juniors. Han comenzado a vallar el lugar y pondrán vigilancia privada. El terreno estaba reservado para la construcción de vivienda social, se hicieron unas cuantas, pero el proyecto se detuvo y los vecinos lo ocuparon para recreo del barrio. Parece que el club de fútbol planea construir un shopping. ¿No suena todo esto a algo muy cercano? A lo que está pasando en el barrio del Raval de Barcelona, por ejemplo.

Espacio público recientemente vallado en el barrio de La Boca
Macri, que dirige al país con la misma mirada con la que fue presidente del club Boca Juniors, «Ojos de hielo» (como lo llama mi amigo Carlos), es reconocido por sus declaraciones donde hace gala de su escaso don de empatía, que lo lleva a sentirse orgulloso de lo único que «es»: descendiente de europeo. Hijo de un italiano del que ha heredado el arte de hacer negocios y aumentar sus finanzas de manera poco escrupulosa. Su discurso, el de la «europeidad» de sí mismo y por extensión del país que representa, es la consigna que cacarea él y sus ministros como valor supremo y garantía de honestidad, cuando intentan vender al país para lograr inversiones. Inversiones en las que ni ellos mismos creen, pues acostumbran a llevar sus fortunas hacia pequeños países donde la tienen a buen recaudo y con la seguridad de que se vaya multiplicando. Discurso también con el que justifican la represión de los pueblos originarios, que serían los extranjeros que querrían llevar al país al caos, en complicidad con los «grasas» (las clases populares) que se oponen a la aplicación de una política depredadora de personas y territorios.

Es divertido esto de llamar grasas a quienes viven en los barrios populares y/o a quienes se movilizan para defender sus derechos y su dignidad. Macri usa la metáfora de oponer la grasa a la necesidad de muscular al país. Y yo, que ahora estoy paseando por Buenos Aires, observo a los que salen a muscularse al atardecer por los barrios finolis. Corren calzados de las New Balance, shorts y las camisetas de marca que cubren sus cuerpos tostados por el sol de las playas, de las que acaban de regresar, luego de sus largas vacaciones. Corren todos, de todas las edades. Corren por la exquisita Avenida del Libertador, bordeando Plaza Francia, o por la exclusiva Figueroa Alcorta. Claro que después de escuchar los objetivos marcados por Macri me doy cuenta de por qué corren con tanto entusiasmo. Están musculando al país en contra de los grasas que se hacinan en las barriadas populares, de las familias que viven en la calle, o los que duermen echados en la vereda el sueño del «paco» o del vino de cartón. Corren para muscularse contra los grasas a los que les han quitado el trabajo o cerrado la escuela, o les han dejado sin los subsidios por invalidez, o les han cerrado los centros de investigación. Quizás, dentro de poco, tengan que correr para no ser alcanzados por ellos.
Avenida del Libertador al atarceder, en Buenos Aires


1Ver artículo de Horacio Vertbisky en: https://www.pagina12.com.ar/60603-de-mussolini-a-forbes.
2http://cnyalaboca.blogspot.com.ar/. Consulta electrónica: 2 de marzo 2018. 3https://www.surcapitalino.com.ar/detalle_videos.php?Id=12.