domingo, 20 de enero de 2019

La rebelión de los objetos inanimados


   
 Mi padre mostrando objeto rebelde
                                                

Así, definía mi padre, con una sonrisa caballuna que le marcaba las arrugas a cada lado de los ojos, cuando por días e inesperadamente, las cosas se estropeaban o desaparecían. En sus jornadas de trabajo comenzaban a fallarle las herramientas, una llave inglesa que volaba por el aire y a continuación, del conmutador del ascensor que había ido a reparar, saltaban chispas que dejaba sin luz a todo el edificio; a la vez que el alambre de cobre se negaba a salir del vientre de un cable que intentaba pelar inútilmente, acabando por rebanarse un dedo; y al final de la jornada, cuando llegaba a casa, las llaves de la puerta se habían perdido en el fondo de vaya a saber cuál de sus bolsillos o compartimentos de su negro maletín destartalado. A esa rebelión absurda, mi padre intentaba conjurarla con un repertorio de blasfemias en las que no dejaba santos, ni dioses en su trono, inmune y limpio de sus floridos recuerdos hacia ellos. Pero, los artefactos seguían jugándole las bromas más absurdas. Aunque, por la noche, en la cocina de casa y justo antes de cenar, descansado ya de tantas jugarretas a las que había sido sometido, lo recuerdo explicando cada una de esas historias ocurridas durante el día, como una misteriosa particularidad de los objetos, que expresaban así una especie de rebelión contra sus usuarios. Y así, mi padre se reía de sí mismo y de esa comprensión epifánica que le hacía reconciliarse, con su acostumbrada bohonomía, con aquello que nos rodea y creemos sin vida propia. Todo esto vino hoy a mi memoria, cuando se me ocurrió como explicación a la desaparición misteriosa, en este último mes, de dos fregonas. Sí, simplemente se volatilizaron sin decir adiós. Sospecho que se arrojaron desde el balcón aprovechando mi descuido, y fueron a parar a la calle desde el cuarto piso donde vivo. ¿Tropezaron en su vuelo aventurero con algún otro objeto, persona, animal ? Nunca lo sabré. ¿Alguien las recogió o siguieron solas su camino de libertad?


Fregona meditando en su libertad

¿Acaso, formaban parte de esa legión de objetos rebeldes que están anunciando la puesta en marcha de aquello que mi padre, en su mente de viejo obrero comunista, había ya presentido? E inmediatamente asocié las dos desapariciones con la asiduidad con la que lo hacen los calcetines. Es ya un lugar común hablar de ello, no conozco a nadie que no le ocurra. Quizás sí, sólo a mi amiga Mercedes no le debe pasar, ella es tan ordenada y metódica, que en su casa no hay espacio para el complot que surge siempre de la ociosidad en la que abandonamos a algún objeto, del descuido al que lo sometemos. Mi padre era un trabajador desordenado, en su maletín de trabajo, su herencia recibida, mezclaba todo sin orden y eso les daba a las herramientas la oportunidad de confabular en su contra. Los calcetines, quién sabe por qué, deben ser los más sufridos de los objetos inanimados, su subproletariado, quizá por el lugar que ocupan, siempre al ras del suelo; ¿pero, entonces, los zapatos? Bueno, ellos hacen la calle... y con eso tendrán ya lo suyo de libertad. Los calcetines, en cambio, siempre encerrados, por lo que, tal vez, hayan sido los primeros en manifestar la necesidad de búsqueda, en las profundidades del centrifugado, de una utopía y allá se lanzan solitarios, sin su compañero al cual deben sentirse casados por obligación. Más allá de las vueltas del centrifugado debe existir esa dimensión calcetomediúnnica, a la que se llega, como lo hacen los astronautas, luego de varias e intensas vueltas y sacudidas. ¿Cuándo las mujeres lavaban ropa a mano, como lo hacía mi madre en la pileta del patio de vecinos, desaparecían también medias y calcetines? Una pregunta a la que se debería encargar algun/x becari/x de agencia de marketing para que montase una serie de encuestas, a fin de obtener respuesta. 


Calcetines singels

Si fuera que no, entonces estaríamos ante la confirmación, no sólo de la existencia de una realidad paralela, nacida en las profundidades de las lavadoras, sino del inicio, allí mismo, de esa revolución de las cosas inanimadas y en el caso de los calcetines, de su triunfo. Mi padre, cual Marx y Engels, habría entonces definido una clase nueva, absolutamente transversal, multicolorista y transmatérica que, más allá de los servicios que prestan, encuentran su identidad en la categoría de artefacto. ¿Será esta la revolución que se aproxima y que nos dejará desnudos y con sólo nuestras manos para cubrirnos y mediar con la naturaleza? Mientras tanto, sigo pensando, ¿a donde fueron a parar mis dos fregonas?

Materialización de fregona desaparecida, ante una fallera en Valencia  

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