Novena epifanía
Tiene
las uñas extremadamente largas, al menos las de una mano. Me
esfuerzo por ver la otra, que lleva escondida porque los dedos
permanecen plegados sosteniendo un rollo de cuerda. Si sólo tiene
las uñas largas de una mano, es guitarrista, me digo. Comienza a
desenredar la cuerda y juguetea con ella. Puedo ver, entonces, que
todas sus uñas son igualmente largas. Va vestido de albañil, o de
pintor de paredes. Lleva el pantalón cubierto de salpicaduras de
yeso, igual que los zapatos. Ahora extiende uno de los extremos de la
cuerda, es nueva. La dobla por la mitad, como si con ella estuviera
aprendiendo a medir algo que permanece oculto a la mirada de los que
compartimos el andén del metro. Luego comienza a ensayar,
pacientemente, un gesto que parece recién aprendido, y que debe
repetir para memorizar. Pienso, luego, que está probando un nudo
marinero, de esos que aparecen en los cuadritos que adornan las
paredes de los pisos turísticos de la costa Brava. Pero la lazada se
convierte en un nudo inquietante. Sigo su juego de reojo, intimidada
porque lo que ha logrado producir es un nudo corredizo, de cuello muy
largo, una exacta réplica de los que veía hacer en las películas
de vaqueros cuando se disponían a linchar a un pobre inocente...
Llega el metro, el hombre recoge la maleta que tenía a sus pies. ¿Es
acaso El Verdugo, una nueva versión del de Berlanga? también
Pepe Isbert llevaba una maleta; esta está manchada de yeso, como la
ropa de su propietario. Se recuesta contra una de las puertas del
vagón y continúa con su tarea. Deshace el nudo corredizo y
recomienza. La visera de una gorra de béisbol sombrea la línea de
sus ojos. Es bajo y delgaducho, con cara de rubio y nariz respingona.
Podría ser también uno de esos personajes secundarios que aparecen
en las películas norteamericanas de los años cincuenta: un miembro
del Ku Klux Klan, por ejemplo, que en la puerta de una prisión
reclama, junto a otros, hacer justicia con sus propias manos...
Vuelve a su empresa y una y otra vez. Hace y deshace el nudo
corredizo que, luego de cada intento exitoso, contempla con
satisfacción. No quiere olvidar la habilidad recién aprendida, eso
es evidente. Pasa el puño por el centro del nudo y experimenta el
ajuste... Vuelve la imagen de otra película, esta vez es A
sangre fría, la que recrea la novela de Truman Capote. La imagen
es la de la sombra de la horca que aguarda el cuello de los dos
jóvenes asesinos.
¿Qué
dios menor, perverso y vengador, juega ocupando el cuerpo de un
-¿albañil encofrador?- que regresa a su hogar después de una
jornada laboral agotadora? El dios de los nudos. Busco en el
Google si existe tal, ya que en La Sagrera se suelen manifestar con
asiduidad toda clase de dioses y diosas. Creo, a diferencia de lo que
afirma Dalí, que el centro del mundo no está en la estación de
Perpignan, sino en la de Sagrera (le venderé la idea al departamento
de turismo de la Generalitat, podrían montar unas mesitas de
degustación o un mástil con senyera).
Encuentro una serie de páginas cristianas con recursos y buenos
consejos, entre ellos el cuento del alpinista que se desploma cogido
a su cuerda por una de las paredes del Aconcagua, y que cuando clama
a Dios, este le responde: “Hijo, suéltate de la cuerda”. Como no
cree en la advertencia divina y sigue aferrado a ella, muere
congelado a pocos metros del suelo. Lo divertido de este cuento es
que ya lo conocía en su versión de chiste judío, contado por la
bisabuela de mis hijos, Sara Ravich: Un rabino está a punto de caer
a un precipicio y, como el alpinista, clama a Dios pidiendo ayuda.
Desde las profundidades del barranco le llega una voz que dice:
“Hijo, déjate caer en mis brazos”. A lo que el rabino responde:
“¿Y no hay nadie más allá abajo?”. No sabemos si el alpinista
hizo la misma pregunta, ni si al rabino lo encontraron muerto. Pero
me gusta más la versión Ravich de la historia.
En otra
aportación del Google se habla de la diosa Ixtab (la colgada) que
representa “la muerte del yo, la llamada a una reflexión y al
arrepentimiento de nuestros errores; al sacrificio de nuestras
pasiones. El anuncio de una vida nueva ”. Pero, si me atengo al
chiste judío, el pequeño dios de la cuerda podría ser más bien el
verdugo berlanguiano, humilde funcionario estatal que
administra la dosis de muerte para los que se portan mal según las
leyes del Estado. Imagino al personaje manchado de yeso paseándose
por las estaciones de metro más populares de todo el estado
español, aunque también por las terminales de autobuses y
ferrocarriles -allí donde nos amontonamos la “mayoría
silenciosa”, tan cara a la derecha que gobierna nuestros destinos-
anunciando la buena nueva en este año que comienza: “Humildes
trabajadoras todas, paradas todas, precarias todas, deshauciadas
todas...” “La soga se ciñe en vuestros cuellos”, “La
energía y la luz les será negada, y a la oscuridad y al frío
seréis condenados, arrojados fuera del sagrario de Iberdrola y de
Endesa”. “El nudo más fuerte verán ceñirse a vuestros magros
cuellos, nudo que supieron enlazar los magos del templo de las
fianzas, de los bancos, los etéreos administradores de la cosa
pública”...
En todo
esto me entretenía pensando mientras realizaba mi cotidiano viaje
hacia el metro, recordando a aquel hombre de la cuerda. Cuando... el
30 de diciembre, por la noche, ¡ocurrió! Cruzaba esta vez el
pasillo de la Sagrera y, de pronto, “la mayoría silenciosa” se
convirtió en una multitud vociferante: “¡No nos mires, únete!”
“Que aquest billet el pagui el Millet! “Gratuitat pels aturats!”.
Algunos de los que se manifestaron tan estruendosamente se dedicaron
a trabar las puertas con precinto para que todos los pasajeros
pudieran entrar sin pagar: ¡Oh!, ¡Por primera vez veía, al fin, la
manifestación de un milagro concreto! Un viaje gratis en
Metropolitano...
¿Será, entonces, de verdad que la soga simboliza el fin de una época? ¿Y la diosa maya Ixtab, una inmigrante más, estaría entre aquellos que hicieron el milagro? Aunque con precinto, no con cuerda. Pero, dado que lo sintético ha invadido todos los espacios de nuestra vida, seguro que la diosa ha cambiado la cuerda por el precinto de plástico.
La diosa maya Ixtab |
¿Será, entonces, de verdad que la soga simboliza el fin de una época? ¿Y la diosa maya Ixtab, una inmigrante más, estaría entre aquellos que hicieron el milagro? Aunque con precinto, no con cuerda. Pero, dado que lo sintético ha invadido todos los espacios de nuestra vida, seguro que la diosa ha cambiado la cuerda por el precinto de plástico.
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