domingo, 10 de marzo de 2013

Acerca del doctor Salvat

 “Buscando el apoyo en una robusta encina, [Pere Oliveros] cerró los ojos y se dejó estar un momento. Cuando los abrió reconoció que estaba frente al domicilio del doctor Salvat. Lo supo por el pararrayos que había allí instalado. El nuevo artefacto le recordó la suerte del primero de todos los muertos el juez Magarola, no fuera que a Salvat le ocurriera lo mismo". 
 “El magnetismo del viento nocturno” p. 152
Este doctor Salvat que se menciona en la novela es en realidad el doctor Francesc Salvà i Campillo. Algunos de los aspectos de la insaciable curiosidad de este médico barcelonés valieron para delinear la personalidad del personaje de mi novela, el juez Magarola. Como Salvà, Magarola vigila el cielo y toma notas sistemáticamente; como él, realiza sus experimentos con la electricidad y el magnetismo que desataría la aurora boreal, conocida también como meteoros, término con el que, en la época, también se designaba a este fenómeno celeste, frecuente durante el siglo XVIII en la península ibérica. 
El doctor Salvà i Campillo (1728-1852) vivía en la calle Petritxol, hoy número 11, donde se había hecho instalar el primer pararrayos que conoció la ciudad en una casa particular. Además de médico fue un sabio ilustrado que sentó las bases de innumerables avances, tanto en mecánica como en medicina o física. Nada le era ajeno.


Imagen Obtenida en Blog Moebius, ver en línea aquí
A iniciativa de Salvà se instaló también el primer pararrayos en un edificio público en Barcelona, en el fuerte de Montjuïc. Este protegía a la ciudad de posibles caídas de rayos sobre el polvorín, con las consecuencias devastadoras sobre la ciudad que un accidente así podía tener y que ya habían sido experimentadas en varias ocasiones. Salvà no sólo se ocupó de prevenir los efectos desgraciados de la electricidad, sino que también intentó manejar este fenómeno y reconducirlo.
La publicación madrileña El Memorial literario científico y curioso recogió en sus páginas el interés de Salvat por el origen de diversos fenómenos celestes y mantuvo polémicas con sus contemporáneos que se ocupaban de también de estos, en la época aún poco estudiados. Fenómenos como los conocidos por fuego de San Telmo, las auroras boreales y los rayos, cuya naturaleza eléctrica se fue reconociendo a lo largo del siglo XVIII, si bien entonces se estaba muy lejos de llegar a conclusiones precisas acerca de su origen.
En el caso de las auroras y los fuegos, no llegarían aquellas hasta finales del XIX, y el de los rayos hasta la segunda mitad del XX. Las auroras hoy sabemos que se originan debido a la interacción del viento solar, el campo magnético terrestre y la ionosfera. 
Salvà observó algunas de las múltiples auroras que se produjeron en la península ibérica en el siglo XVIII. Es probable que la descripción de la aurora boreal observada el 13 de octubre del año 1792 y cuya descripción aparece en las páginas del Diario de Barcelona (que reproducimos en otro apartado) se deba a su autoría. La primera descripción de una aurora boreal debida al doctor Salvà aparece, precisamente en el Memorial literario de Madrid del mes de agosto de 1787 y se titula “Observación de la Aurora Boreal en Barcelona”:
 “La aurora boreal del día 13 de Julio empezó a descubrirse hacia las nueve y cuarto de la noche, pero las nubes negras, que casi cubrían todo nuestro horizonte, impidieron ver su extensión, duración, movimiento y brillantez. Lo poco que se vio de ella era de color bermejo muy vivo, pero tal vez resaltaba más, cerca de las nubes negras que la rodeaban. A las once había pocas nubes, y la aurora boreal solamente se veía un poco hacia el NO”.
Tabla meteorológica realizada por el doctor Salvà en su casa de la calle Petritxol, en el año 1786. Fuente aquí 


En Octubre del mismo año, el Memorial publicaba un artículo sobre auroras observadas en distintos puntos de España, donde se agrega que “El Dr. D. Francisco Salvá y Campillo nos avisa que también se vieron en la Villa de Peralada, donde se hallaba, en el Principado de Cataluña, las auroras boreales el día 13 y 17 [de Septiembre]...” En febrero de 1788, Salvà indica que hubieron dos auroras, ocurridas una el día 11 y otra el 15. También hace relación de otras que observa los días 14 y 15 de noviembre de 1789. Aunque esta publicación no hace mención de la que pareciera la más visible, deslumbrante y duradera de todas: la del 13 de octubre de 1792.
La visión de este fenómeno, que se repetirá con frecuencia en la península a lo largo del último tercio del siglo XVIII, llevará a numerosos científicos y aficionados de la época a polemizar acerca del origen del mismo. Polémica de la que se hace eco el Memorial literario. Algunos lo atribuían a las exhalaciones de la tierra, sin descartar un posible origen eléctrico, otros se inclinan por buscarlo “en la reflexión y refracción de las luces del Sol en los montes de hielo y nieves de los Países Polares”. Por su parte, Salvá Campillo, en sus observaciones de las auroras, agrega datos meteorológicos en el entorno temporal de las auroras: humedad del aire, vientos, temperatura. Mientras dura el fenómeno celeste Salvà realizará también observaciones con una máquina eléctrica que se había hecho construir y que era capaz de generar, simultáneamente, carga positiva y negativa. Gracias a ello, remarca que la carga del fluido eléctrico aumenta cuando la aurora está en su máximo esplendor. Dice Salvà: 
"A las diez y media [del día 11, cuando la aurora boreal había dejado de verse], sin haber cambiado el viento, ni sensiblemente el estado de la atmósfera, [la] máquina eléctrica apenas tenía la cuarta parte de fuerza, esto es, las chispas que excitaba apenas serían la cuarta parte de lo que habían sido desde las siete hasta las ocho y media”. 
En este artículo el médico barcelonés describe también su observación respecto al halo alrededor de la luna que se ve, con frecuencia, en febrero de 1788. En la descripción que hace de las auroras de los días 14 y 15 de Noviembre de 1789 apunta: 
 La del primer día empezó al NNE y corrió hacia el O. A las once subía sobre nuestro horizonte y era poco encendida. Según relación de los que la vieron, después se extendió más y su color se avivó. A las cinco y media de la mañana del día 15 se veía aún, y tal vez la de la noche de este día, que se observaba ya sobre las seis de la tarde, era continuación de la del anterior. En dichos días la humedad era extrema; a pesar de esto la máquina eléctrica chispeaba más de lo que suele en tiempo igualmente húmedo. Desde mi anemómetro o muestra de vientos, que no está aislado, baja una barrita que sirve de pararrayos. Apliqué a ella una cadenilla y la conduje al condensador de Volta, y dos veces me pareció hallar en él señas de electricidad, esto es, dos veces atrajo una cintita de oro, y otras se percibía el airecillo eléctrico al acercar la mano al sombrero del condensador, separado de éste. En aquella hora nunca jamás he logrado después otro tanto”. 



Grabado que recoge el experimento de Luigi Galvani que da pie a la creencia de que la electricidad es un tipo de energía generada en el organismo.

 En su interés por investigar el origen y las posibles aplicaciones de la electricidad, el doctor Salvà se dedicó a cuestionar e investigar los descubrimientos y experimentos de Galvani y Volta. A partir de ello ideó un telégrafo, por lo que Marconi lo reconoce como su predecesor. Salvà pensó en un telégrafo Barcelona-Mataró, haciendo comunicar estas dos ciudades con tantos alambres como letras se considerasen indispensables para darse a entender. Estos alambres deberían estar aislados con resina o pez, reunidos en un haz y sostenidos con aisladores sobre los árboles. O bien ser conducidos, bajo la tierra, aislados y protegidos. Las señales habían de ser descargas de condensadores transmitidas por los alambres correspondientes a las letras que se quisieran designar. Esta idea de Salvat nos acerca a lo que sería la red de alambres telegráficos, con sus postes y aisladores, que muchos años después surcarían la geografía terrestre. Salvà también se anticipa a la telegrafía submarina y describe la posibilidad de comunicación con la isla de Mallorca:
 "No es imposible construir o vestir las cuerdas (los haces) de los 22 alambres de modo que queden impenetrables a la humedad del agua, dejándolas hundir bien en la mar, tienen ya construido su lecho”.

Unos años después Salvà presenta a la Academia la posibilidad de creación de un Telégrafo basado en la electricidad galvánica. En 1804, cuando se conoce la pila de Volta, presenta la idea de valerse de esta pila para la formación de “buenos telégrafos galvánicos”.


Salvà se interesó también por los globos Montgolfier.
En su tarea de meteorólogo, Salvà hacía observaciones dos veces al día, a las seis de la mañana y a las once de la noche, sobre el estado del viento, del cielo (sereno, cubierto, nubes, relámpagos...) de Barcelona. Salvà publicó estas apreciaciones periódicamente en el Memorial literario de Madrid y también en el Diario de Barcelona. Como médico que era, relacionaba también los cambios meteorológicos con la salud o la enfermedad de las personas, lo cual afirmaba la importancia de estos relevamientos cotidianos para la prevención de enfermedades. Se puede afirmar así que Salvà fue un pionero en la medicina higienista, ya que dedicó varios artículos a la influencia del aire pestilente en la propagación de las enfermedades, cosa que había despertado gran preocupación entre las autoridades, y fue origen de informes al respecto. Salvà también fue un gran defensor de la vacuna contra la viruela, que en la época comenzaba a aplicarse con grandes recelos.


Informe que se realiza dada la preocupación que despierta el supuesto aumento de las muertes súbitas en la ciudad de Barcelona.
El científico barcelonés se dedicó además a la ingeniería mecánica, introduciendo mejoras en los telares mecánicos. Impulsó también los primeros intentos aeronáuticos presentando en Barcelona los globos Montgolfier. A su muerte, quiso continuar su labor donando su cuerpo a la Escuela de cirugía y medicina de Barcelona, de la que fue miembro destacado.


 La sala de disección, del s. XVIII, de la Academia de cirugía y medicina de Barcelona 


Podemos imaginar al curioso alcalde de mi novela, Pere Oliveros, que acostumbraba a embelesarse frente a las disecciones llevadas a cabo en el anfiteatro de la Academia de cirugía, observar también los extraños movimientos del doctor Salvà (Salvat en la novela) y tomando apuntes en la playa del puerto de Barcelona el día que intentaba reproducir la prueba que llevó a Benjamín Franklin al descubrimiento del pararrayos. 



Dibujo de Pere Oliveros (legado Grimosachs) 




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