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A iniciativa de Salvà
se instaló también el primer pararrayos en un edificio público en
Barcelona, en el fuerte de Montjuïc. Este protegía a la ciudad de
posibles caídas de rayos sobre el polvorín, con las consecuencias
devastadoras sobre la ciudad que un accidente así podía tener y que
ya habían sido experimentadas en varias ocasiones. Salvà no sólo
se ocupó de prevenir los efectos desgraciados de la electricidad,
sino que también intentó manejar este fenómeno y reconducirlo.
La publicación
madrileña El Memorial literario científico y curioso
recogió en sus páginas el interés de Salvat por el origen
de diversos fenómenos celestes y mantuvo polémicas con sus
contemporáneos que se ocupaban de también de estos, en la época
aún poco estudiados. Fenómenos como los conocidos por fuego de San
Telmo, las auroras boreales y los rayos, cuya naturaleza eléctrica
se fue reconociendo a lo largo del siglo XVIII, si bien entonces se
estaba muy lejos de llegar a conclusiones precisas acerca de su
origen.
En el caso de las auroras y los fuegos, no llegarían aquellas hasta finales del XIX, y el de los rayos hasta la segunda mitad del XX. Las auroras hoy sabemos que se originan debido a la interacción del viento solar, el campo magnético terrestre y la ionosfera.
Salvà observó algunas de las múltiples auroras que se produjeron en la península ibérica en el siglo XVIII. Es probable que la descripción de la aurora boreal observada el 13 de octubre del año 1792 y cuya descripción aparece en las páginas del Diario de Barcelona (que reproducimos en otro apartado) se deba a su autoría. La primera descripción de una aurora boreal debida al doctor Salvà aparece, precisamente en el Memorial literario de Madrid del mes de agosto de 1787 y se titula “Observación de la Aurora Boreal en Barcelona”:
“La aurora boreal del día 13 de Julio empezó a descubrirse hacia las nueve y cuarto de la noche, pero las nubes negras, que casi cubrían todo nuestro horizonte, impidieron ver su extensión, duración, movimiento y brillantez. Lo poco que se vio de ella era de color bermejo muy vivo, pero tal vez resaltaba más, cerca de las nubes negras que la rodeaban. A las once había pocas nubes, y la aurora boreal solamente se veía un poco hacia el NO”.
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Tabla meteorológica
realizada por el doctor Salvà en su casa de la calle Petritxol, en
el año 1786. Fuente aquí
En Octubre del mismo
año, el Memorial publicaba un artículo sobre auroras
observadas en distintos puntos de España, donde se agrega que “El
Dr. D. Francisco Salvá y Campillo nos avisa que también se vieron
en la Villa de Peralada, donde se hallaba, en el Principado de
Cataluña, las auroras boreales el día 13 y 17 [de Septiembre]...”
En febrero de 1788, Salvà indica que hubieron dos auroras,
ocurridas una el día 11 y otra el 15. También hace relación de
otras que observa los días 14 y 15 de noviembre de 1789. Aunque esta
publicación no hace mención de la que pareciera la más visible,
deslumbrante y duradera de todas: la del 13 de octubre de 1792.
La visión de este
fenómeno, que se repetirá con frecuencia en la península a lo
largo del último tercio del siglo XVIII, llevará a numerosos
científicos y aficionados de la época a polemizar acerca del origen
del mismo. Polémica de la que se hace eco el Memorial literario.
Algunos lo atribuían a las exhalaciones de la tierra, sin descartar
un posible origen eléctrico, otros se inclinan por buscarlo “en la
reflexión y refracción de las luces del Sol en los montes de hielo
y nieves de los Países Polares”. Por su parte, Salvá Campillo, en
sus observaciones de las auroras, agrega datos meteorológicos en el
entorno temporal de las auroras: humedad del aire, vientos,
temperatura. Mientras dura el fenómeno celeste Salvà realizará
también observaciones con una máquina eléctrica que se había
hecho construir y que era capaz de generar, simultáneamente, carga
positiva y negativa. Gracias a ello, remarca que la carga del fluido
eléctrico aumenta cuando la aurora está en su máximo esplendor.
Dice Salvà:
"A las diez y media
[del día 11, cuando la aurora boreal había dejado de verse], sin
haber cambiado el viento, ni sensiblemente el estado de la atmósfera,
[la] máquina eléctrica apenas tenía la cuarta parte de fuerza,
esto es, las chispas que excitaba apenas serían la cuarta parte de
lo que habían sido desde las siete hasta las ocho y media”.
En este artículo el
médico barcelonés describe también su observación respecto al
halo alrededor de la luna que se ve, con frecuencia, en febrero de
1788. En la descripción que hace de las auroras de los días 14 y 15
de Noviembre de 1789 apunta:
“La del primer día
empezó al NNE y corrió hacia el O. A las once subía sobre nuestro
horizonte y era poco encendida. Según relación de los que la
vieron, después se extendió más y su color se avivó. A las cinco
y media de la mañana del día 15 se veía aún, y tal vez la de la
noche de este día, que se observaba ya sobre las seis de la tarde,
era continuación de la del anterior. En dichos días la humedad era
extrema; a pesar de esto la máquina eléctrica chispeaba más de lo
que suele en tiempo igualmente húmedo. Desde mi anemómetro o
muestra de vientos, que no está aislado, baja una barrita que sirve
de pararrayos. Apliqué a ella una cadenilla y la conduje al
condensador de Volta, y dos veces me pareció hallar en él señas de
electricidad, esto es, dos veces atrajo una cintita de oro, y otras
se percibía el airecillo eléctrico al acercar la mano al sombrero
del condensador, separado de éste. En aquella hora nunca jamás he
logrado después otro tanto”.
Grabado
que recoge el experimento de Luigi Galvani que da pie a la creencia
de que la electricidad es un tipo de energía generada en el
organismo.
En su interés por
investigar el origen y las posibles aplicaciones de la electricidad,
el doctor Salvà se dedicó a cuestionar e investigar los
descubrimientos y experimentos de Galvani y Volta. A partir de ello
ideó un telégrafo, por lo que Marconi lo reconoce como su
predecesor. Salvà pensó en un telégrafo Barcelona-Mataró,
haciendo comunicar estas dos ciudades con tantos alambres como letras
se considerasen indispensables para darse a entender. Estos alambres
deberían estar aislados con resina o pez, reunidos en un haz y
sostenidos con aisladores sobre los árboles. O bien ser conducidos,
bajo la tierra, aislados y protegidos. Las señales habían de ser
descargas de condensadores transmitidas por los alambres
correspondientes a las letras que se quisieran designar. Esta idea de
Salvat nos acerca a lo que sería la red de alambres telegráficos,
con sus postes y aisladores, que muchos años después surcarían la
geografía terrestre. Salvà también se anticipa a la telegrafía
submarina y describe la posibilidad de comunicación con la isla de
Mallorca:
"No es imposible
construir o vestir las cuerdas (los haces) de los 22 alambres de modo
que queden impenetrables a la humedad del agua, dejándolas hundir
bien en la mar, tienen ya construido su lecho”.
Unos años después
Salvà presenta a la Academia la posibilidad de creación de un
Telégrafo basado en la electricidad galvánica. En 1804, cuando se
conoce la pila de Volta, presenta la idea de valerse de esta pila
para la formación de “buenos telégrafos galvánicos”.
Salvà se interesó
también por los globos Montgolfier.
En su tarea de
meteorólogo, Salvà hacía observaciones dos veces al día, a las
seis de la mañana y a las once de la noche, sobre el estado del
viento, del cielo (sereno, cubierto, nubes, relámpagos...) de
Barcelona. Salvà publicó estas apreciaciones periódicamente en el
Memorial literario de Madrid y también en el Diario de
Barcelona. Como médico que era, relacionaba también los
cambios meteorológicos con la salud o la enfermedad de las personas,
lo cual afirmaba la importancia de estos relevamientos cotidianos
para la prevención de enfermedades. Se puede afirmar así que Salvà
fue un pionero en la medicina higienista, ya que dedicó varios
artículos a la influencia del aire pestilente en la propagación de
las enfermedades, cosa que había despertado gran preocupación entre
las autoridades, y fue origen de informes al respecto. Salvà
también fue un gran defensor de la vacuna contra la viruela, que en
la época comenzaba a aplicarse con grandes recelos.
Informe
que se realiza dada la preocupación que despierta el supuesto
aumento de las muertes súbitas en la ciudad de Barcelona.
El
científico barcelonés se dedicó además a la ingeniería mecánica,
introduciendo mejoras en los telares mecánicos. Impulsó también
los primeros intentos aeronáuticos presentando en Barcelona los
globos Montgolfier. A su muerte, quiso continuar
su labor donando su cuerpo a la Escuela de cirugía y medicina de
Barcelona, de la que fue miembro destacado.
La
sala de disección, del s. XVIII, de la Academia de cirugía y
medicina de Barcelona
Podemos imaginar al
curioso alcalde de mi novela, Pere Oliveros, que acostumbraba a
embelesarse frente a las disecciones llevadas a cabo en el anfiteatro
de la Academia de cirugía, observar también los extraños
movimientos del doctor Salvà (Salvat en la novela) y tomando apuntes
en la playa del puerto de Barcelona el día que intentaba reproducir
la prueba que llevó a Benjamín Franklin al descubrimiento del
pararrayos.
Dibujo de Pere Oliveros
(legado Grimosachs)
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