Los
situacionistas habían apodado teoría de la deriva a aquello que se
presentaba como un paseo por ambientes diversos, reconociendo en
ellos los efectos psicogeográficos que ejerce el paisaje sobre los
individuos y que, según la propuesta de Deborde, debería tener por
resultado un comportamiento “lúdico constructivo”. La propuesta
de aplicación de esta teoría era también la de poner al
descubierto los hábitos que marcan nuestros recorridos urbanos y las
fronteras invisibles, pero determinantes, que delimitan estos caminos
habituales. Fronteras cargadas de prejuicios, ignorancias,
prohibiciones, relatos anteriores y visiones erradas y/o heredadas
acerca de los espacios que excluimos. La puesta en práctica de la
teoría de la deriva proponía otra mirada, la disminución de esos
márgenes fronterizos más o menos grandes hasta su completa
supresión.
Esta
actitud no es novedosa, ni lo era entonces cuando la enuncian a
finales de los años 50 del siglo XX. Ya estaba implícita en Les
Passages de Paris (1935), de Benjamin, y en Le Paysan de
Paris (1926), que se supone inspiró a Benjamin, del poeta Louis
Aragon. O en el mismo Breton, con Nadja y L’amour fou. Obras que
hacen de los anónimos rincones de la ciudad lugares significantes
por la experiencia vital que en ellos acontece. Así, Breton,
Benjamin y Aragon fueron discípulos destacados de la flânerie, tal
cual la describía el admirado Baudelaire*.
En
varios artículos y ensayos aparecidos en estos últimos años se
citan lo que hoy se ha dado en denominar como “cartografía
emocional”, algo muy semejante a la propuesta de los situacionistas
y a toda la genealogía que les precedió y que acabamos de citar. En
uno de estos artículos se cita un estudio científico aparecido en
el Proceding of the National Academy of Science. Este habría puesto
en evidencia que la gente que transita por barrios más ricos es más
feliz, y en los más pobres se siente más insatisfecha (¡!).
Relacionando esta experiencia con la propuesta del artista y
diseñador Christian Nold:
En su proyecto Emotion Map, los participantes de 25 ciudades exploran su barrio con un dispositivo que registra GSR, la denominada “respuesta galvánica” de la piel, un indicador de la respuesta emocional en relación con la localización geográfica (...)La cartografía emocional responde a uno de los últimos ejemplos de cómo utilizar los sensores que miden nuestras respuestas fisiológicas. Pese a que el proyecto de Nold se inscribe dentro de la experimentación, los resultados son sorprendentes: el 75% de los participantes expresaron una confusión entre sujeto y objeto, entre cuerpo y espacio, que Nold interpretaba como una nueva lectura sobre el entorno. (Lucía Lijtmaer, El Diario.es 29/1/2015)
La
autora de la nota, haciendo mención de las implicaciones políticas
de la cartografía emocional, pone el ejemplo del alcalde de una
población que, sometido al experimento, había registrado un alto
nivel emocional paseando por uno de los barrios más degradados.
Lugar, precisamente, donde el alcalde había pasado su infancia. Como
resultado de este paseo, y en la posterior puesta en común de la
experiencia, prometió ocuparse de ese barrio (¡el efecto nos deja
sin palabras!).
Continúa
el artículo extendiéndose en la importancia para las smarts cities
(red de ciudades inteligentes, de la cual Barcelona forma parte) de
la aplicación de estos parámetros emocionales. En la ciudad de
Heildeberg, por ejemplo, un estudio semejante demostró la relación
entre estrés, entorno urbano y enfermedad mental. Este trabajo había
tomado como base los datos de un estudio realizado en Londres según
el cual, en el período comprendido entre 1963 y 1997, el número de
enfermos mentales había crecido exponencialmente y sin relación al
crecimiento de la población. Los primeros resultados son
concluyentes: los habitantes que viven en ciudades sufren un estrés
mucho mayor.
La
periodista concluye que en la ciudad de Heilderberg :
La simbiosis entre tecnología contemporánea y cartografía está resultando providencial [la negrita es mía]. [Ya que] a partir de un mapa de alta resolución de su ciudad y un dispositivo móvil [se] permite realizar un seguimiento de las personas mientras caminan y trabajan. […] el siguiente reto es comprobar cómo cada zona [geográfica por la que se atraviesa] afecta al cerebro […] y al instante les pregunta acerca de su estado de ánimo o les envía una prueba cognitiva […]
Continúa
el artículo mencionando las posibles ventajas de la aplicación de
los datos obtenidos. Entre ellas estaría la de medir el agravamiento
de tendencias esquizofrénicas derivadas del tránsito por
determinadas zonas “urbanizadas espectacularmente”. También se
recoge la utilidad de estos datos para predecir comportamientos de
“masa”: comportamientos ante posibles catástrofes o diversos
problemas derivados de la masificación de las ciudades. Aunque se
alerta también acerca de una mala instrumentalización de estos
datos, con la posibilidad de que empresas privadas los obtengan y la
señalización y control de determinados colectivos.
Tanta
tecnología da por resultado lo que todo el mundo sabe: la
experiencia de las personas sensibles ante la depredación
mercantilista y neoliberal de las ciudades, tal como lo hemos ido
remarcando, podrían expresar, y expresan, un conocimiento semejante
al que se desprende de estos trabajos. Donde lo que más llama la
atención de todos estas “nuevas experiencias” es la manipulación
de algo ya tan conocido como la flânerie (o la deriva urbana), encerrada en una prótesis tecnológica que la convierte en
instrumento para implementar una planificación más “eficiente”
de nuestras ciudades.
La
manera de entender la ciudad que se desprendía de la deriva
situacionista no contaba con esta domesticación. ¿Qué pensarían
Deborde, Breton, Aragon, la misma Nadja, de la planificación
eficiente que inspirarían sus paseos sin rumbo? “Eficiencia”,
término que me remite irremediablemente a la economía liberal donde
designa la relación entre el valor del producto y de los recursos
utilizados para producirlo. Una vez más, aquello que servía para
explicar nuestra Utopía, nuestra Revolución, sufre un desvío y se
implanta como discurso desde el poder. La ciudad como discurso
emocional, la ciudad como escenario de nuestros amores y nuestras
reivindicaciones, la ciudad como espacio de intercambio de
experiencias y superposición de rasgos culturales, se pierde. Y se
pretende sintetizar en unos gráficos obtenidos por sensores que,
probablemente, lo vaciarán de todo el contenido revolucionario. La
tecnología amansa el discurso que, una vez más, nos lo devuelve
desde los lugares de poder: científico, tecnológico al servicio de
la planificación urbana “eficiente” (neoliberal). ¿Cómo
sacudirnos la necesaria mirada pragmática que se impone hasta en el
arte? ¡Qué festín para quienes ven en los seres humanos simples
mercancías o futuros nuevos consumidores!
Aquello
que nos construye como seres humanos, aquello que determina nuestro
ser en el mundo es, entre otras cosas, la emoción frente al
reconocimiento de ese algo que fue parte de nuestra vida y que
habíamos ”olvidado”, como por ejemplo -y tal como se explica en
el artículo que estamos comentando-, el rincón de un barrio
pauperizado donde pasamos nuestra infancia. Esa es la llama que
incita y justificará nuestro compromiso social.
Y
es también aquello que explica, por ejemplo, la extensa novela En
busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Aunque Proust siempre ha
sido concebido como un autor exquisito centrado en la descripción de
su experiencia sensual, inspirada en los salones elegantes de París.
Pero su obra, más allá del espacio donde se despliega su mirada, es
la descripción de un aprendizaje, precisamente en esa otra forma de
mirar que conlleva en ella misma el germen de la rebeldía. Pues es
la instauración de una mirada lenta, y por tanto que se cuestiona y
que se abre a ese tiempo diverso. Hacia el pasado como fuente de
aprendizaje en los pequeños momentos, recuperados de las escenas
cotidianos. Obra donde el autor busca, y al final encuentra en los
espacios de la memoria, la razón de todo arte, y, ¿no es acaso la
necesaria utopía una construcción poética del futuro?
Todo
esto que ya está cartografiado en nuestras neuronas y en nuestro
cerebro, sólo hace falta llamarlos adecuadamente para que se
manifieste. Y todo ese caudal de energía y sentimientos es lo que se
impide aflorar cuando las políticas urbanísticas interesadas
desarticulan las memorias individuales, las historias pequeñas, los
anónimos, en aras de un Progreso que todo lo “limpia”, lo
absorbe y lo cubre de cemento, hasta ahogarnos.
¿Sólo
a través de un dispositivo de última generación se hará visible
la destrucción sistemática del paisaje urbano, de las redes de
relación y ayuda mutua que ello ha conllevado? ¿De la enajenación
que implica el deterioro y la precariedad laboral? ¿De las
enfermedades mentales implícitas en los desahucios, concentrados en
determinados barrios, de la visión de personas rebuscando en la
basura para sobrevivir? ¿Qué persona, básicamente informada, no
conoce que el exponencial aumento de las enfermedades mentales en las
grandes ciudades está en relación directa con las crisis
económicas, con la depredación del paisaje?
Barrio de La Clota (Barcelona). 2015. Autora: Elsa Plaza. |
La
utilización eficaz de la cartografía emocional podría así
consistir en diseñar reservas (al estilo pi-pi can), donde
experimentar la sorpresa del desorden, la emoción de la protesta o
del encuentro fortuito como catarsis, como purga para volver al
orden. Ciertos jardines del siglo XVIII contaban con espacios
expresamente diseñados donde experimentar emociones establecidas en
carteles visibles para uso del paseante. Una vez más se utilizaría
lo que ya se había usado, pero esta vez con ese sentido de la
planificación eficaz.
La
necesidad de controlar todo posible accidente en el espacio se
justifica porque esto conlleva también la posibilidad de apertura a
una fisura en la linealidad del tiempo. El tiempo donde se asienta la
sociedad capitalista y que fundamenta el valor del trabajo. Un tiempo
acordado como uniforme e igual para todos y con el cual se miden
diferentes formas de transformar la materia o el pensamiento,
realizado por diferentes individuos. En este tiempo, que se quiere
uniforme, no cabe la mirada lenta, la que conlleva la crítica, la
poesía, la protesta, la que hace al tiempo espeso y bien vivido. El
tiempo lineal es el de la vida reglada, el que marcan los relojes y
sobre el que se relata sólo la historia de los vencedores.
La
diversidad en el espacio confiere la posibilidad de aperturas a la
convivencia con otros tiempos diversos, no amaestrados en la
organización del discurso sobre la ciudad, que se ha ido conformando
a través de las diferentes administraciones, siempre representantes
de élites de poder.
Un
historicismo nunca contestado, una fe ciega en la inexorabilidad del
Progreso, ha conducido al maltrato, al desprecio y al deseo de borrar
casi todo rincón de la ciudad que, por el clima que allí reina,
tuviera un toque de clandestinidad, denuncia y/ o de posible
confrontación. Pero las ciudades no sólo son una red de calles,
plazas y edificios. Son, tal como lo sugería Guy Deborde, planos
interpuestos donde se desarrolla la vida. Pero a este tejido
conformado por vida y espacios habitados y transitados lo han querido
envolver con la malla de un urbanismo que coloniza el placer y lo
mercantiliza hasta en lo más recóndito de los deseos. Intentando no
dejar libre ningún espacio para la fantasía que no sea encaminada a
la transformación de ésta en una mercancía prediseñada.
(…) la memoria que tan fácilmente se deja corromper, en esta sociedad corrompida por su forma económica y social, encuentra una fisura en la máquina temporal que llamamos tiempo, y en esta pequeñísima fisura que sólo ven los que no cierran los ojos ante lo que llamamos nuestro pasado, se abre por instantes, instantes que son una eternidad, un espacio de libertad que permite a la memora emerger lo que había estado hundido y condenado al olvido (Stefan Gandler).
Lavadero en el barrio de Horta,Can Fontaner, destruido, hace aproximadamente 10 años, para construir la ampliación de la calle Coimbra que no pasaba por allí. Autora: Elsa Plaza |
* No
puedo dejar de remarcar lo evidente: lo que para los hombres es una
deseada cualidad, la flânerie -paseo sin rumbo por el paisaje
urbano, expectantes de experiencias-, en las mujeres que practican
esta cualidad puede revertir en un juicio moral, convirtiéndolas en
“busconas”. Esperemos que esta duplicidad de categorías haya hoy
quedado totalmente desfasada, y que nuestras flâneries se
integren en las poéticas de la ciudad, sin más prejuicios.
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