«Con sus
conventillos típicos de chapa y sus paredes de colores, Caminito
es un museo a cielo abierto», explica el blog oficial del gobierno
de la Ciudad que promociona el turismo en Buenos Aires. Abajo, una
foto multicolor ilustra lo que sería parte de uno de los barrios más
típicos de la ciudad de Buenos Aires, la esencia de lo porteño: la
calle Camito, en La Boca. Barrio nacido al borde del riachuelo, un
brazo del Río de la Plata fue, y continúa siendo, receptor de
migrantes desde finales del siglo XIX. La calle Caminito debe su
nombre a la inspiración poética de Gabino Coria Peñaloza, autor de
varios tangos que interpretaron cantores famosos como el mismo Carlos
Gardel.
Caminito que el
tiempo ha borrado... Así comienza la letra de la canción, pero el
tiempo ha borrado mucho, mucho más de lo que imaginara Coria
Peñaloza desde aquellos comienzos de siglo, cuando el barrio de La
Boca comenzaba a poblarse de inmigrantes que bajaban de barcos
abarrotados de humanidad expulsada de sus lugares de origen. Las
guerras, la violencia y la represión, la pobreza endémica, la
riqueza mal repartida obligaban, como hoy, a millones de personas a
desplazarse en busca de un lugar en el mundo donde construir una vida
digna. Allí, en La Boca se alojaban en esas viviendas precarias:
conventillos (especie de patio de corrala) que los hacía diferentes
a los conventillos de otros barrios. Estos tenían paredes exteriores
y cubiertas de zinc que forraban las paredes de madera de la única
habitación que compartía toda una familia. Algunos de estos se
conservan más de cien años después, los que sobreviven están
deteriorados y maltrechos, todos. Salvo los que sirven para fines
turísticos.
La Boca y la
promoción de Caminito como espacio turístico es una mentira más de
esta Argentina que se quiere vender for export. En el barrio de la
Boca, además de una clase trabajadora pauperizada y vecinos que se
organizan, como en otros barrios de Buenos Aires, en toda clase de
centros sociales y plataformas reivindicativas, hay también niñez
abandonada, hay mafias que se reparten el espacio de venta de drogas,
trata y prostitución. Y bandas que explotan esta miseria y la falta
de recursos y de asistencia incrementada en estos últimos años de
política neoliberal implementada bajo el rótulo de «macrismo».
Caminito son solo 130 metros, y la alegría de las paredes
pintarrajeadas de colores, que nunca fueron los originales del
barrio, se concentran solo allí, en ese espacio para pasear
turistas. Allí bajan a los guiris con cámaras de falocráticos
objetivos colgados al cuello. Una pareja les baila un tango
acrobático, de esos que se bailan solo para los turistas. Mientras,
en una esquina, sobre un escenario improvisado, un cantante aburrido
repite, cada vez que llega el autobús turístico, la letra de
Caminito y los tres o cuatro tangos que repite en loop, cumpliendo un
horario de atención al público que se pasea por la zona. La
policía, con nuevo uniforme -camiseta bordó bajo un ostentoso chaleco antibalas ornado con tiras con los colores de la bandera- rodea las pocas calles aledañas que muestran los guías. No vaya a
ser que les roben las cámaras o les tironeen los bolsos los
desesperados que se ocultan en el barrio.
Hace solo un mes, un
paseante estadounidense fue apuñalado por un joven para quitarle la
cámara. El joven ladrón, de apenas 18 años, salió corriendo con
la supercámara. Un policía de paisano le disparó varios tiros por
la espalda. El chico murió. El turista fue llevado a un hospital
donde se repuso de las heridas. El presidente Macri recibió al
policía como a un héroe... La discusión sobre la seguridad y el
«gatillo fácil» de la policía, que según estadísticas provoca
la muerte de un joven cada 23 horas, produjo ríos de tinta una vez
más.(Ver:https://www.pagina12.com.ar/99271-era-un-adolescente-y-ahora-esta-demonizado)
Para salvar los
charcos depositados por la lluvia en las esquinas o en las aceras
rotas, los vecinos habían puesto maderas. Yo iba haciendo
equilibrio y saltando desniveles, con mi humilde camarita
fotografiando el barrio, intentando no pasar por turista. Lo que
fuera mercado municipal lo han transformado en una especie de cutre
galería comercial donde se amontonan prendas de origen chino,
expuestas sobre torturados maniquíes, todos femeninos, que podrían
pasar por una instalación de museo de arte contemporáneo. Muchas
casas están clausuradas, para que nadie las ocupe, con cemento que
parece vomitado por un monstruo. Otras, mutilada su antigua
arquitectura de casa fin de siglo. Las cornisas y medallones
aplanados, las pilastras destruidas por una necesidad cualquiera,
como bajar la altura de una ventana o la de una puerta para quitar
la original y poner una de metal. Más allá sobresale una
construcción levantada sobre un trozo de cubierta plana que fuera
una terraza, o recorta un hall de entrada un pequeño comercio
improvisado. Y en cada esquina basura y un perro que la olfatean con
mirada triste y melancólica que parece suplicar una caricia. Mirada
de perros mansos, como la gente misma, que busca la charla fácil también en cada esquina. De los patios y locales se asoman objetos
inservibles, viejos y oxidados , como algunos de los coches que
milagrosamente siguen circulando. Alguien se ha apiadado de uno de los perros
callejeros, y en medio de la acera le ha construido una casucha,
idéntica a algunas que improvisan los mendigos que abundan en esta
ciudad. Mirando hacia el cielo, sorprende los cables y más cables de
alumbrado eléctrico descendiendo enredados a la altura de las
cabezas de las personas, enrollándose en las esquinas, penetrando en
las casas en forma de madejas. Muchas de las cajas de la instalación
eléctrica, y no solo en este barrio, despanzurradas, llevan un
cartel con letras rojas impresas que advierte del peligro de
tocarlas. Es esa toda la precaución que ha tomada la compañía
eléctrica (privatizada) para subsanar su desidia, que incluye
sorpresivos apagones. Diabólico urbanismo que caracteriza, como si
fuera un diseño para pobres, los barrios humildes de Buenos Aires.
Casilla de perro o casa de mendigo, Buenos Aires |
La Boca de aquellos años, los setenta, la que recuerdo, ya no existe más, el proceso de gentrificación se excusa también con proyectos culturales que ocupan la cara del barrio que da hacia el riachuelo: una vista excepcional para los grandes negocios inmobiliarios. Detrás de esa fachada, el hacinamiento y la pobreza de los nuevos moradores es aún más desesperante que la que vivieron aquellos inmigrantes de principios de siglo XX.
En el paseo,
cortando el horizonte de una de las calles del barrio, me sorprenden
unos enormes bloques de hormigón pintados de azul y amarillo. Es la
cancha del club de fútbol más popular de la Argentina, el Boca
Juniors. Recuerdo que me llevaron allí en una excursión escolar,
íbamos a ver una exhibición de perros policías. A la salida una
compañera, creo que se llamaba María Elena Riesco, la más linda y
la más rica de la clase del colegio público de Floresta sur donde
cursé la primaria, me regaló los cinco pesos que costaba el
cucurucho de dulce de leche que ofrecía un vendedor callejero. Puedo
aún evocar el placer con el que gusté la golosina. Al estadio no lo
recordaba así: una especie de enorme monstruo de película japonesa
que amenaza al humilde barrio que lo alberga. Metáfora de quien allí
mismo se formó para lanzarse a la política: Mauricio Macri,
presidente del club durante años. De allí salió para ser
intendente de la Capital y ahora presidente de la República.
Mi amigo Carlos me
guía hasta la Casa de los niños niñas y adolescentes del barrio de
la Boca 2, un proyecto de educación en valores y en derechos humanos
que coordina, desde hace más de veinte años, Ethel Batista. El
edificio donde funciona fue un baño público. Pero hace varias
décadas que dejó de prestar ese servicio. Fue un baño con unas
instalaciones distribuidas en dos plantas y de una particular
arquitectura. Uno de esos edificios públicos que se hacían cuando
Buenos Aires pretendía ser una ciudad europea en América del sur.
Allí, en ese lugar que hoy les queda pequeño, un grupo de personas
extraordinarias, pacientes, cariñosas intentan dar calor y
esperanzas, buen humor y color de verdad (no el falso maquillaje del
Caminito turístico), a las criaturas y adolescentes del barrio que
más lo necesitan. Un lugar donde crear, divertirse, aprender a compartir. «Y van llegando solos, no se les pide
inscripción, ni que vengan acompañados de personas mayores. Prueban
unos días y si les gusta se quedan. A algunos los envían
de las escuelas con diagnósticos estigmatizantes dados por
psicólogos, y aquí les decimos que nos olvidamos de todo lo que han
dicho de ellos». Explica Ethel. «Hay quienes al principio hacen
kilombo, están acostumbrados a hacerlo, a rechazar todo y nuestra
actitud, lo que ven aquí, los descoloca. No es una escuela, no es un
club. Alguna vez nos preguntaron si queríamos poner seguridad, y
dijimos que no, aquí no hay trabas de ninguna clase. Si se quieren
ir, se van. Y si hacen lío, al otro día, organizamos una reunión y
hablamos del tema. Son estrategias que vamos aprendiendo con el
tiempo. Por ejemplo, si los llevo de excursión ̶ a veces voy con
más de cien pibes ̶ , no puedo estar cuidándolos para que no se
escapen. Yo camino, y ellos me siguen. Nunca se perdió nadie. A los
egresados (con 17 años) les damos medallas, en los últimos egresos
tuvimos que volverlos a incorporar, no se quieren ir y nos vimos
obligados a abrir el grupo de nuevo. Cada chico nos plantea una forma
diferente de proceder, no hay actuaciones protocolarias. Ante cada
cuestión que surge repensamos actuaciones junto al chico, siempre
con ellos. Este ambiente de reciprocidad les da la confianza para
expresar sus propios problemas. Ellos mismos dicen que aquí explican las cosas: Cuando yo te cuento lo que nos pasa, a vos se te llenan
los ojos de lágrimas, me dicen. En cambio, cuando voy a la psicóloga
ella no dice nada. Los pibes hablan a partir del vínculo que
creamos. Un pibe trae a otro. Cuando faltan se habla con ellos. En
las escuelas, por ejemplo, si hay inasistencias piden una carta de
reincorporación hecha por los padres, cuando, muchas veces estos son
analfabetos. Aquí los tratamos como sujetos, más allá de la edad
(tienen entre 3 y 17 años). Lo que se intenta es darles un espacio
en el que se sientan bien, seguros, donde conozcan sus derechos. Un
lugar donde ellos estén más cómodos que en el bar, al que, por
inercia, irían a parar cuando no saben qué hacer de su tiempo
libre. Algunos de los que llegan padecen situaciones de abuso por
parte de sus propias familias, son sobre todo los padres, los
padrastros o los amigos mayores los abusadores. Cuando detectamos
esto comienza un proceso muy largo y muy difícil. Trabajamos con
criaturas que incluso han intentado suicidarse varias veces, los
abusos sistemáticos provocan autoagresiones. A través de una de las
chicas que venía aquí detectamos una red de proxenetas infantiles.
Fue muy duro y tuvimos serias amenazas».
Pregunto por los
hogares para acogida de menores y si es solución ante situaciones
como la que describe. Me señala a una de las chicas que forma el
equipo. Ella, me dice Ethel, trabaja en un hogar de acogida, está
desesperada, los chicos duermen en el suelo, faltan camas. Un
ex-boxeador es el encargado de la vigilancia nocturna, la comida que
les dan está podrida. Aquí, agrega, tenemos chicos muertos o
accidentados todos los años, por múltiples razones: violencia
policial, accidentes callejeros, incendios. Los incendios de los
conventillos son frecuentes. Sí, se trata de esas viviendas que la
página para atraer turistas describe como tan típicos y tan
coloridos. Hubo ocho incendios en los últimos años, muchos
provocados por venganza entre grupos que venden drogas, otros por
especulación inmobiliaria, otros, vaya a saber qué...
Los incendios que
menciona me explican la placa que había visto en la plaza donde se
ubica el edificio de La Casa de los niños, niñas y adolescentes.
Una placa casera y humilde, como lo son la mayoría de las placas e
inscripciones que se esfuerzan en hacer presente la memoria de los
desaparecidos y muertos por la violencia de las fuerzas represivas,
desde los años de la dictadura militar a nuestros días. Allí se
recordaba a «Loquiyo» [sic], uno de los chicos de la esa Casa
muerto en un incendio.
Hoy, mientras
escribo todo esto, escucho, por casualidad, una entrevista en Sur
capitalino 3: Los vecinos de La Boca denuncian que un solar,
dedicado a uso público, fue comprado fraudulentamente por el
poderosísimo club de fútbol Boca Juniors. Han comenzado a vallar el
lugar y pondrán vigilancia privada. El terreno estaba reservado para
la construcción de vivienda social, se hicieron unas cuantas, pero
el proyecto se detuvo y los vecinos lo ocuparon para recreo del
barrio. Parece que el club de fútbol planea construir un shopping.
¿No suena todo esto a algo muy cercano? A lo que está pasando en el
barrio del Raval de Barcelona, por ejemplo.
Espacio público recientemente vallado en el barrio de La Boca |
Es divertido esto de
llamar grasas a quienes viven en los barrios populares y/o a quienes
se movilizan para defender sus derechos y su dignidad. Macri usa la
metáfora de oponer la grasa a la necesidad de muscular al país. Y
yo, que ahora estoy paseando por Buenos Aires, observo a los que
salen a muscularse al atardecer por los barrios finolis. Corren
calzados de las New Balance, shorts y las camisetas de marca que
cubren sus cuerpos tostados por el sol de las playas, de las que
acaban de regresar, luego de sus largas vacaciones. Corren todos, de
todas las edades. Corren por la exquisita Avenida del Libertador,
bordeando Plaza Francia, o por la exclusiva Figueroa Alcorta. Claro que después de escuchar los objetivos marcados por Macri me doy
cuenta de por qué corren con tanto entusiasmo. Están musculando al
país en contra de los grasas que se hacinan en las barriadas
populares, de las familias que viven en la calle, o los que duermen
echados en la vereda el sueño del «paco» o del vino de cartón.
Corren para muscularse contra los grasas a los que les han quitado el
trabajo o cerrado la escuela, o les han dejado sin los subsidios por
invalidez, o les han cerrado los centros de investigación. Quizás,
dentro de poco, tengan que correr para no ser alcanzados por ellos.
Avenida del Libertador al atarceder, en Buenos Aires |
2http://cnyalaboca.blogspot.com.ar/. Consulta electrónica: 2 de marzo 2018. 3https://www.surcapitalino.com.ar/detalle_videos.php?Id=12.
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