lunes, 17 de diciembre de 2012

Acerca de los "Síntomas de una época", según Luis Montiel


Hoy hago un encuentro, red sutil de encuentros que unen las palabras y los personajes, uno de ficción con otro real. Pere Oliveros, alcalde y zapatero de Barcelona, en el año 1792, personaje de El magnetismo del viento nocturno; el otro, alcalde y zapatero de un pueblo minero de Sajonia, en el año 1820. El alcalde zapatero alemán tiene una hija, Friederike Erdmuthe Reinhold, quien sumida en sueños magnéticos se convierte en la Salvadora durante la Semana Santa de aquel año. Luis Montiel, el autor de este artículo, explica esta y otras historias de muchachas que caen en profundos sueños catalépticos. El paso del discurso de la razón ilustrada al del romanticismo, su superposición y convivencia, que se hace voz extraña y divergente en las magnetizadas, las sonámbulas y las posesas, a través de cuyos cuerpos se expresa ese “lado nocturno” que explican algunos intelectuales y médicos de la época.
Charles Dickens, sensible a todo aquello que podía explicar el comportamiento humano, fue también un magnetizador experimentado, durante varios años tuvo una pareja “mediúmnica” Augusta Granet casada con el banquero suizo Emile De la Rue, a ambos los conoció en su estadía en Génova. Augusta padecía, como todas las mujeres sensibles a los efectos magnéticos, dolores de cabeza, convulsiones y catalepsias. Durante años Dickens fue su salvación, y gracias a sus ”pases” - que incluso podían surtir efecto a cientos de kilómetros, si ambos se ponían de acuerdo en día y hora - Augusta mejoraba . Dickens intentó, sin éxito, enseñar a De la Rue a mesmerizar a su esposa, pero no tuvo éxito, como era de esperarse en estos casos. Pero Augusta, al igual que una de las muchachas citadas en el artículo de Luis Montiel, estaba poseída también, por temporadas, por un fantasma maligno, que se resistía a la influencia del escritor. Dickens, preocupado por esta “presencia” contra la que su poder parecía debilitarse, confesaba al señor De la Rue: “Pensaba en ella [Augusta] continuamente, ya fuera despierto o dormido, las noches del lunes, martes y miércoles ... No sueño con ella... sino que siento como una ansiedad la sensación de que ella forma parte de mí de algún modo, igual que cuando estoy despierto” ( cit. por Tomalin, Claire, Charles Dickens, Aguilar, 2012).
Un escritor es sólo un relator de lo que sus personajes le indican, ellos hablan y se mueven siempre inesperadamente, y hoy encuentro lecturas que se descubren sugerentes, que extienden la relación entre ficción y realidad ¿Y si todos fuéramos personajes? Como en la etiqueta de la lata de los polvos para hornear Royal: una latita dentro de otra, así hasta el infinito: relatos de relatos. Una “semiosis” eterna.  

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