Marianne Faithfull y las viejas rockeras que resistimos
La
noticia y la foto que la acompañaba me recordó que, muchas,
en aquella época, queríamos parecernos a ella: Marianne
Faithfull.
Mi padre, con justa bronca, me decía que yo era una
"extranjerizante", porque imitaba esos modelos que me
llegaban desde los Beatle's books, y la revista Rolling Stone, que
compraba, juntando moneditas y escapando desde el periférico
barrio de Floresta Sur de Buenos Aires, hacia el centro, para
encontrarlas sólo
en la librería inglesa (después tuvimos la revista nacional Pelo,
pero eso fue más tarde). Miraba a esas chicas rubias y delgadas con
una envidia sublime, nunca podría llegar a ser como ellas,
con mi pelo oscuro y mis formas redondeadas y abundantes. Pero lo
intentaba, lo intentábamos,
pintándonos la ropa y a falta de chapitas, para pinchar en nuestras
solapas, nos las hacíamos de cartón, siempre escritas en inglés,
chapitas que declaraban
amores por el rock o deseos ( cold me i'm sizing) - que ni
entendíamos su significado y que hizo sonrojar a mi joven profe de
inglés del Liceo, cuando le pedí que me lo tradujera. Lo confieso,
éramos, sí, "extranjerizantes".
La
nueva cultura adolescente nos llegaba desde Londres, desde California
y se colaba hasta barrios como Floresta sur o la villa de chabolas
cercana, y las que estaban más allá de la General Paz. Desde allí
salían las barras de "rollingas" (todos chicos, que se
decían fans
de los Rollings, pura dureza varonil). Para mí, para nosotras, lo
que mostraban las fotos que llegaban a través de las páginas de
esas revistas era
la libertad de vestirnos con lo que se nos antojara -ropa de la
abuela, faldas de cualquier largo, zapatilla pintadas..., y para
los chicos, el
dejarse crecer el pelo y llevar colores y rayas y flores: "Tus
amigos son todos maricones", sentenciaba, otra vez, mi viejo.
Pero todo
ello era
también una declaración en
contra de
la
vida que nuestros viejos nos mostraban como camino a seguir. Que,
para
las chicas de mi barrio, era el ser como nuestras madres: conseguir
un
novio, que "entrara a casa". Nada de andar “franeleando”
por la calle. Programar el casamiento, y ¿ después, qué ? Mi
madre, modelo de esa feminidad, puteando contra mi viejo porque "no
la sacaba", lavando la ropa a mano (la lavadora aún era un lujo
para mi familia, y
para las
de casi
todas las familias obreras).
Desde
las páginas de revistas como esas nos llegaba otra
manera de ser jóvenes
—entonces
éramos
apenas adolescentes—
sin tener la obligación de un novio oficial, a ser posible empleado
de banca, que nos esperara en la cocina de casa a que regresáramos
del Liceo, entreteniéndose
con el mate cebado por nuestras propias
viejas ¡Horror de horrores!, que muchas ya vivían
resignadas, porque aún no habían sido inoculadas por el virus del
rock. Desconocíamos
entonces la vida de esas chicas flacas y rubias que vestían en
Carnaby Street, de sus anorexias, de los pinchazos que las consumían,
del machismo de nuestros ídolos rockeros que las destruía también
a ellas. Éramos tan jóvenes e ignorantes, y solo veíamos en ellas
la posibilidad de escapar de nuestras casas.
Después, varios años después, nos llegó el feminismo y la política y los viejos anarquistas y... el neoperonismo. Con ello aprendí (aprendimos) a mirar lo que estaba a nuestro alrededor y a aceptar nuestro cuerpo, nuestras menstruaciones, nuestro pasado...Cuando vi la película Irina Palme (2007) , donde Marianne Faithfull interpreta a una abuela de un barrio obrero de Londres, que se va a trabajar a un porno shop por amor a su nieto, la encontré, por primera vez, muy cercana. Los años la habían transformado. Y ella, como todas nosotras era una mujer que ocupaba espacio en la geografía que la albergaba, un espacio ganado con mucho sudor. Grande, con un cuerpo portentoso, una mujer que había cubierto con muchas capas aquel cuerpo frágil, que una vez, yo misma había querido, inútilmente, imitar. Y tanto la vida, que denotaba ese cuerpo, como el personaje que interpretaba en esa extraordinaria película, la hizo acercarse a mí, a nosotras, a todas aquellas que habíamos crecido en carnes y en historias tanto como ella. Historias tan diferentes, pero que me acercaban a la sensibilidad que en esa película mostraba. No sé si ella es así , como aparece en Irina Palmer, quiero pensar que sí. Ese artículo que me trajo su recuerdo y parte de mi vida, explica algo de la suya de superviviente, recientemente superada su enfermedad ocasionada por la Covid 19. Fue una de las rockeras de los años 60 y 70, de las que tan poco se habla, como si el rock hubiera sido entonces una cosa de hombres solamente. Y rescato también su maravillosa interpretación de Working class hero, una de las canciones de John Lennon que más me emocionan y se la dedico, in memorian a mis pobres viejos que aguantaron que me destruyera, sistemáticamente, toda la ropa que me compraban con la voluntad de que pareciera, entonces, un poco "normal" .
Vaya bodrio
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